viernes, diciembre 30, 2005

Abel y el desierto (fragmento II)

-Cuéntame un cuento- decía él, acostado a su lado, con la espalda al cielo, con la mirada a la oscuridad con el humo en su aliento. -¿Qué cuento podría contarte? uno de amor, uno de guerra, uno de animales, uno de montañas, uno de dioses tal vez.
-Cuéntame el cuento de mi vida, el que todos han querido escuchar.
La inquietante sábana se movía, de repente los hombros desnudos, femeninos, casi hádicos se mostraban unidos a un cuello largo y terso. El color de los ojos en la oscuridad no se distinguía, sólo se observaba el brillo mítico en la penumbre de la alcoba. La lengua a los labios, los labios al vaso, el vaso al buró, el buró inmóvil.
-Llegaste de muy lejos, tu sangre viene de más allá de donde la arena se une con la montaña, la montaña con el desierto y el desierto con la selva. Vienes de donde nunca nadie ha dominado a la tierra, donde creen conocerla, pero de un momento a otro, la tierra come lo que sobre ella reposa. Creen dominarla, creen conocerla, pero no lo hacen, sólo su sangre la conoce, por que la sangre del pueblo al ser derramada también se vuelve tierra, desierto, montaña, selva y mar. Te llamas Abel, tu padre se llamó Abel, lo mismo tu abuelo, tu bisabuelo y así hasta el inicio de las naciones, hasta el comienzo de los tiempos. Tu madre se llamó Eva, sus nombres han sido depositados en la mujer y en el hijo. Todas las generaciones de tu pueblo se han llamado así, todas las generaciones de tu raza han vivido bajo el amparo de Dios; jamás han conocido el pecado, la pureza ha sido su estandarte. Vinieron y fueron, predicaron y conquistaron almas, llevaron muertos en sus espaldas, se convirtieron en amos y esclavos, buscaron el reino de la conciencia, el mundo de la pureza. Tú eres el último de tu especie, el que debe dejar su legado en su hermana, pero ella murió y ahora no sabes cómo seguir con tu estirpe. Nadie conoce el pecado en tu pueblo, todos han adoptado, como tú que también lo fuiste y tu hermana, y ustedes debían hacer lo mismo, pero ella murió y ahora no sabes cómo lograrlo, pues has pecado.
El cigarro a los labios, el humo al cielo, el cielo a Dios y Dios a los hombres; su mano a la de él, la mano de él a su cara, de su cara la lagrima, la lagrima a la almohada y la almohada al suelo. Ella volteaba a él, él con voz de pecado dijo:
-Lo que no sabes es mi verdadera historia, sólo el cuento que me envuelve.

jueves, diciembre 29, 2005

Diálogo de los amigos sobre la felicidad

El plato vacío parecía reflejar formas que con la luz se creaban. Zum, zum, zum... el ventilador en el techo de la cocina girando transformaba las aburridas sombras en juegos de luz y oscuridad. Una cuchara sonaba crispeante al fondo de la olla con agua hirviendo, el vapor se esparcía sobre las cuatro paredes que sobre el piso descansaban.
La mujer se levanta, de esa silla café, rústica, llena de recuerdos inmediatos; toma la olla, la vacía dentro de dos tazas, remoja después en una de ellas la bolsa pequeña de té, en la otra dos cucharadas de café, los aromas se encuentran en el aire y se reparten la habitación.
Sentados, la mujer y el hombre comenzaron la plática acerca de amores, latidos, lloriqueos, pasiones y otras cosas mas. Amigos partiéndose los cascarones para desnudar el alma o algo parecido, su conciencia.
-No amiga, no puedo seguir así, la gente que me rodea, vive apasiblemente comprometida con las complicaciones sus sencillas vidas. Creen todos que sus problemas son los más complicados y esperan ver que los demás como ellos se envuelvan en sufrimientos, en dolores, en preocupaciones que tal vez no valgan la pena. Que si el dinero, que si sus trabajos, los amigos, las preocupaciones de los amigos, todo se vierte en sufrimientos innecesarios.
-Pero es que así es la vida, no podemos existir sin enfrentar los problemas, sin buscar la perfección, sin querer compartirla, es la naturaleza de la vida.
-Tal vez tu visión sea justa, sea adecuada. Sin embargo, no puedo concebir un mundo de amargura, un sitio en el universo donde las criaturas vivan sin felicidad...
-Estás equivocado, no digo que el ser humano no pueda ser feliz, pero es difícil encotrar la felicidad. Por ejemplo en el amor, buscamos siempre lo inadecuado, encontramos más atractivo al que con rudeza vive que al que sobrevive con inteligencia, y los hombres igual, buscan a la mujer que posee el cuerpo estético más allá de la mente ávida, del corazón noble.
-Eso es. Ahí está la respuesta a todas tus inquietudes, yo prefiero una felicidad sin complicaciones, pero el ser humano, la raza en general piensa lo contrario.
-Dime qué piensa, dime lo que busca.
Los ojos de ambos se encontraron con mayor fuerza, el hombre tomó un sorbo al café, la mujer apagó su cigarrillo, el hombre fumó del propio, sonrió. Y dijo con voz aligerada, como dándose cuenta de su situación perfecta:
- La raza no opta por ser feliz en sencillez, prefiere la infelicidad compleja.

lunes, diciembre 26, 2005

Primer diálogo de los ancianos: Sobre las palabras de sabios e ignorantes, sencillos y pedantes.

Sentado frente a los sueños que caminaban por la avenida principal se encontraban los dos ancianos. Cielos púrpuras, vientos plateados, nubes cortadas por los humos de los edificios que como volcánes se levantaban. Árboles teñidos por los colores de lo eterno, sonidos de campanas y normalidad humana.
Los dos ancianos platicaban de la vida, de la muerte, de los verdaderos filósofos, de lo interesante de las artes muertas, de lo ridículo que resultaban los intelectualoides y sus palabras para llamar la atención, para hacer sentir a los demás que hablaban de cosas interesantes e importantes, superiores al resto de los humanos.
- Es normal -decía el más anciano de los dos- que bajo circunstancias especiales pero repetidas, los jóvenes de ahora usen palabras especiales que los hagan parecer cultos, inteligentes y llenos de una especie de descuido.
- Suena estúpido querer endurecer a la lengua, volverla difícil, creer que usando palabras rimbombantes sus diálogos tienen más peso.
Los dos ancianos eran ya seres casi muertos, apenas con el aire de vida por medio de la plática, iluminando sus ojos de vez en vez como imaginando o recordando lo que vivieron.
- Yo en más de una ocasión leí palabras rebuscadas, y es necesario afirmar que aunque sonaban inteligentes y con mucho conocimiento, no las recuerdo, sin embargo las palabras sencillas, las frases del pueblo son las que nunca he podido olvidar. ¿Quién sino un literato, un estudioso o alguien de letras recuerda las palabras de los grandes escritores? A menos que aquellos hayan escrito con calidez o sencillez.
- Amigo, es que es ese el punto, hablar de permanencía a veces es hablar de sencillez, y es de la experiencia que la sencillez nace; palabras como paradoja, inerte, sustancial, contextual, y otras similares sirven sólo para ocultar conceptos sencillos como: ignorancia, inútil, importante y otras más que si se usarán en su concepto básico, en la sencillez, no serían necesarias. Pero resulta que algún erudito en sus años joviales las utilizó para sonar inteligente y ahora su legado a los estúpidos de nuestros días y de los otros días es que ellos las usen creyendo que en principio el erudito las utilizó por conocedor temprano, sin saber que las usó pedante sin tacto.

sábado, noviembre 19, 2005

Limbo: lugar de entes inertes

Vivo en el limbo... soy el macehualtín, jaguar dormido bajo el cielo ronrroneante del infinito. Sobre la espesura del asfalto, entre las estructuras de acero, frente a los vidrios formados y levitando; soy el macehualtlín, de jade y plata, de piedra y fuego, de viento y agua, de chamizo y madera.
Llevame camino a donde el viento me guía a la aridez del sueño, a donde volveré a ser elementos en uno sin sentir el destierro. Comunícame con las aves nuevamente, guíame a donde está la música, al sitio en el que el silencio calla a los ecos, mientras los murmullos se olvidan por siempre.
Luz de jade, préndete de mi cuerpo, ilumina el último sitio donde el águila descansó, en el nido de los sueños, en la espesura del desierto, de la tundra, de la montaña, del suelo y el cielo.
Soy macehualtlín, jaguar en encierro.

lunes, octubre 31, 2005

Primera

Cuentan que el orígen de los sueños, de la vida, del movimiento y de la misma paz es el caos mismo. Pues cómo podría caminar si no desequilibro mi cuerpo, mi espacio, mi temporalidad. Surjo como sombra errante y no camino, no pienso, no caduco, soy un simple ser que como el viento pasa sin dejar rastros de aroma, de bondad o maldad. ¿En dónde radica mi maldad?

miércoles, octubre 26, 2005

Plática preexamen taxonómico

En realidad hoy no tengo mucho que decir... no tengo ni soy persona de palabras pesadas o extensas, de hecho digo poco, hablo lo necesario, expreso lo mínimo. Mi vida se desenvolvió entre fiestas familiares y armarios oscuros, entre pieles y pisos fríos.
-Entre usted joven que me pierdo cuando camino sola por el pasillo -dijo la femina de pocas palabras y muchos movimientos.

lunes, octubre 24, 2005

Último sitio

El olor a incienzo, el olor a copal, el olor a humo. Debo aclarar que no soy un ser místico, ni errante, ni mucho menos un ente subjetivo; soy un hombre, un simple caminante que se topó con las tumbas, que se encontró en el camino de sal, en el silencio de lápidas abultadas que formaban un camino entre los campos de lodo y pasto, de mazorcas rotas y de migajas de voluntad.
Llegué como los otros, por medio de la luz, del canto y de la noche. Avisté el movimiento de las velas que como camino me llevaban a la cera seca que sobre la piedra descansa. Soy el aire, soy la transparencia de los perfumes, soy el sitio más lejano del camino.

domingo, septiembre 11, 2005

Narración corta: Jacinto desde la banca

Todos los días, cuando era un niño, esperaba sentado, en esta banca de este parque a que mi madre regresara del mercado. Miraba siempre a las moscas morir y volver a nacer. Desde siempre creí que todas ellas volaban y vivían la metamorfosis a la misma hora todos los días del mundo. Constantemente observaba cada gota de brisa que sobre las hojas se derretían cual sudor en mi frente.
Ahí fue donde los conocí, a esos que antes solamente eran personas y que ahora llaman “personajes característicos de la ciudad”, estupideces de intelectualoides. Claro que era interesante observarlos, sus olores, texturas en la piel, sus palabras altisonantes, sus poemas, sus historias tristes, inventadas y reinventadas para el mayor disfrute de los que escuchaban.
Uno de ellos sobre todos vivía, le decían Jacinto, él me confesó en secreto que su verdadero nombre era Alberto, pero Jacinto era más propio de un hombre de su categoría, antiguo viejo de mil caminos, decía que su vida seguía la forma más absurda.
Me contó que un buen día, después de muchos malos, su padre Donasiano, tras subir de la mina, con sus pulmones atravesados por el polvo de la piedra, llegó hasta la tienda de raya conocida como Valle verde, allá en el pueblo de Del Valle, cerca de Santiago Maravatio. Caminó como siempre con su cinturón grueso de cuero, sus botas sucias y su brazos de hierro, rascaba su cara pues la barba hacía una combinación extraña con el sudor y el polvo. Frente a los estantes, tras el viejo mostrador estaba ella, Jovita, una mujer de no más de diecisiete años, él con sus vigorosos veinte recién cumplidos, la conquistó y la llevó al cerro donde construyó un castillo. La tierra era su sustento, el zarape su cama y la olla de barro su batería.
Pasaron los años, los vivos, los muertos, pasaron también los trenes y los vehículos de explosión, después vinieron las lluvias con sus truenos, los gritos y la sangre; unos le llamaron revolución, otros matanzas, los más el fin del mundo. Donasiano dejó a Jovita y ésta con el tiempo tuvo a Alberto; era un niño apenas cuando la guerra llegó a Durango, miró la muerte de primera mano, se topó con ciegos, cojos y mancos. A los quince dejó la casa y se fue después a pelear por Cristo, mató federales, mató herejes, mató cristianos, hijos, padres y abuelos.
Al tiempo le hizo de vendedor, de los que se fueron al otro lado del mundo, donde había puro güero, donde ahora todos quieren estar. El alcohol lo llevó allá, cruzaba tequilas, mezcales, agüitas de limón, de todo. Cuando el güero pudo otra vez tomar alcohol, Jacinto quiso llegar a un sitio donde no pudiera estar, siguió el camino de los viajeros y a Tijuana llegó, aquí conoció a Susanita, aquí tuvo tierras allá en Rancho alegre, aquí tuvo hijos, nietos, amigos, enemigos, recuerdos. Con las lluvias, perdió el jacal, con el gobierno perdió sus tierras, con otros a su mujer, y con el tiempo a sus hijos. Después cambió el fusil por la cámara, el caballo por el burro y su convicción por el dinero.
Se dedicó a eso muchos años, pero el alcohol otra vez lo encontró y ahora jamás de su lado se apartó. De ahí, cuando lo corrieron se vino para acá, a este parquecito, donde muchos hemos estado sentados en las bancas, donde hicieron el kiosco, donde hicieron juegos, donde talaron y plantaron árboles. Ahora tras muchos años, sigo viendo las moscas caer y nacer, sigo viendo mi lengua para ver si está roja como antes, ahora continuo esperando a mi madre, pero que salga del doctor, ahora no veo a Jacinto, no veo a Alberto, no veo nada, cuando quiero ver a uno de esos “personajes característicos de la ciudad” prendo la tele, miro los burdos programas culturales que sólo me merecen una befa. Pero si quiero recordar en verdad, al que vivió aquí en el parque, al que tuvo tierras, al que tuvo sangre en sus manos, al que sin saberlo era un héroe de la revolución, cierro los ojos, siento la brisa, escucho a las aves, y recuerdo su voz ronca empecinada en no dejar de sonar.

domingo, septiembre 04, 2005

Pensando, registrando y pensando

Últimamente no tengo ganas de escribir... ¿será que el deseo configura la acción? Grave situación, porque entre otras cosas deseo irme para siempre, cuestión de ganas, de deseos y de acciones.
Al final la diferencia esencial entre el pensamiento y la acción es el movimiento, el desorden, el desequilibrio, el caos.
¡Felicidades! Encontraste la última redacción mentirosa de la noción. Imaginemos, registremos y pensemos.

miércoles, agosto 24, 2005

Cuento 2 del cuentario

Segunda Edad
Dios viendo nuevamente que su existencia era solitaria, volvió a crear al mundo. Hizo lo mismo, la tierra, las estrellas, los mares. En esta ocasión creo primero la vegetación y los animales, los nombró y los distribuyó por todo el planeta. Después hizo al hombre y a la mujer, los colocó en el mundo y los dejó libres.
Los hombres ignorantes como son, no supieron plantar, pizcar, no supieron nada de la vegetación. Tampoco tuvieron conocimientos sobre la caza y la pesca. Dios no les había enseñado. Entonces, el quisquilloso e ignorante hombre comió plantas venenosas y fue devorado por las bestias.
Dios viendo esto, se volvió a sentir defraudado y destruyó por segunda vez su creación.
Esta fue la segunda edad, conocida como: la edad de la ignorancia.

La reunión.

Las palabras de mi madre lo resumieron todo. En fracciones de segundo mi piel se erizó, los escalofríos llegaron hasta la punta de mis dedos. Un sudor frío recorrió mi frente, mi espalda y mis brazos. Mis manos se tornaron blancas. Mi faz se desfiguró. Sus palabras me jugaron una broma pesada.
–Ha regresado –dijo con su voz siempre dulce, siempre seca–. Baja, te espera en el estudio.
Nunca antes pensé en esa posibilidad. Luché con mi cuerpo para emitir respuesta, intenté mover alguno de mis músculos antes de que ella saliera del cuarto. Quise no parecer un tonto. No lo pude evitar. Cerró la puerta. Sus pasos bajando la escalera hicieron que reaccionara y por fin pude quitarme la gota de sudor de mi párpado izquierdo.
Tuve deseos de escapar. Miré el reloj y por un instante sentí que no avanzaba, que se detenía en ese momento, dejándome reflexionar por encima de las horas. Cientos de diálogos pasaron frente a mí. Al final no tenía palabras. Rápidamente tomé mi pantalón y mi camisa. Los calcetines y zapatos. Me senté en el sillón, encima de los bocetos, de los escritos, de los libros de poesía, de la calculadora y el cepillo. Me puse cada prenda con detenimiento. Ritualicé mi vestir mientras imaginaba las posibilidades frente a mí.
¿Pero porqué? ¿Porqué regresar? Después de tanto tiempo, hoy precisamente, a esta hora. ¿Porqué? En este día me entregaría al trabajo. A mis estantes sucios. A esos centenares de libros que empolvados esperan a ser leídos por unos cuantos que no los comprenden. Hoy, jugaría nuevamente con Emilia a encontrar nuestros cuerpos bajo las sábanas. Precisamente hoy iría a ese parque donde venden las velas y los inciensos.
Ahora todo se iba por la borda. Censuraban mi existencia de una manera vil. ¿Porqué hoy? Acaso ¿no tuvo suficiente con marcharse? Tal vez olvidó el dolor que dejó atrás. Cuando decía que cambiaría al mundo. Y es que en aquellos días en que no existía forma de salir, logró hacerlo. Pudo marcharse y ahora como una burla, regresaba. Mostrando nuevamente su poder infinito.
Olvidé, olvidé su existencia por tantos años. No recordaba ya sus cuentos, sus sueños, sus lágrimas. Intentaba a veces ver su rostro en mi mente, recordar el sonido de su voz, lo poderosa que era su sonrisa. Intentaba saber cómo sería después de tanto tiempo. Todo fue en vano. Su recuerdo murió unos días después de su marcha.
Cuando fue su partida quise ser su compañía, quise estar ahí, donde estuviera. Desee con toda mi fuerza y mi razón estar como su sombra. No quiso, no permitió si quiera despedirme desde la ventana de mi cuarto. Poco después esa ventana fue clausurada, mi madre pensó que la causa se debía a mis extrañas costumbres. Pero no, fue para no ver jamás a la calle, para no torturarme viendo el vacío que quedaba en su lugar.
Termino de vestirme. ¿Qué debo hacer ahora? ¿Romper las tablas de la ventana? ¿Tirar los cuadros, las fotos, los recordatorios en papel que sobre la madera cuelgan? ¿Tumbarlo todo y después brincar por la ventana para huir yo? ¿Correr hasta que el aire deje mi cuerpo, hasta que mis piernas revienten? ¿Podría huir sin ser visto?
Era ridículo creerlo, era imposible escapar. Me acerco a la pared que da con las escaleras. Tal vez ahí escucharía la voz. Pego mi oreja derecha a la parte media de la pared entre banderas y fotos. Silencio. De pronto, una risa. Mi madre. Ella era la culpable. Sí. Mi madre lo sabría antes que yo. Nunca me advirtió. Tal vez lo supo hace días. Pero no quiso decírmelo.
Nuevamente los recuerdos me invaden. Los días en el parque, los regalos en las fiestas, la voz de mi tía regañándonos. El olor de mi madre mientras me abrazaba. El perfume que danzaba entre las personas y mesas. El aroma es el escrito del aire, es la transfiguración de las flores, de los frutos, de la podredumbre. El aroma siempre me conquista. Conquista todo, al final todos poseen un aroma. Sin embargo no hay alguno que perciba en este momento.
Escucho los pasos que suben y se acercan. Pretendo acomodar los papeles que me rodean. Tocan a la puerta. Tal vez esté ahí. Mis piernas tiemblan. Mi mano se pierde en el espacio. De repente tomo fuerza y abro la puerta.
–Es de mala educación hacer esperar. Lo que dijo es muy claro. Quiere verte. Está abajo platicando con todos. Pero no vino a platicar, sino a verte –me puso su mano con olor a cloro en mi hombro–. No puedes permanecer más tiempo sin bajar. Hazlo ahora.
Sin saber qué me invadía. En ese instante me lancé a sus brazos como si fuera todavía un niño. Ella primero no respondió a mi abrazo, después apretó con fuerza y en su pecho me perdí nuevamente. El aroma salino y graso me confortaba. El sonido de su respiración me hacía sentirme en casa. A solas, como antes fue. Las lagrimas se vaciaron en su mandil. Ella acarició mi cuello, me besó en la frente y me separó de su regazo.
–¿Pues qué mosco te picó? –dijo con voz extrañada–. Ahora resulta que hasta lloras, no entiendo. ¿Pues no era esto lo que querías? Me lo platicabas casi a diario. Me decías que mirabas su rostro en todas las personas que pasaban. Me juraste que buscabas su nombre en las revistas, en los periódicos y en esas otras cosas que vendes en la librería –después sonrió y me tomó de los brazos–. Hasta me decías de chico que ibas a ser un detective para poder investigar su paradero. ¿No te acuerdas ya de eso?
Mis palabras nuevamente desaparecían. Mi lengua entumecida y mis labios sellados trataban de explicarle lo de Emilia, el trabajo, el parque, lo del tiempo, los recuerdos, los sueños. Pero mi torpe boca sólo pudo emitir más incoherencias.
–Es que no sé qué hacer mamá. Intento bajar, intento ir hasta donde está pero no puedo –mi voz se distorsionaba, comenzaba a quebrarse–. Sabes bien que quería este momento con todas mis fuerzas. Pero no ahora, no ahora mismo.
–Entonces cuándo –frotó sus manos y me miró fijamente buscando como siempre algo más allá de mis palabras–.
–Pues no sé, pero hoy no –mi rostro tomó un semblante sereno­–. Ahora no, es un mal momento. Estoy a punto de irme. Tengo cosas que hacer. Tal vez pueda venir otro día. Un día que tenga tiempo de estar ahí, en el estudio.
–Deja de decir tonterías. Bien sabes su situación. Y también sabes el esfuerzo que hace al venir aquí. Sin importarle los peligros y lo desgastante que es el viaje, está aquí. Abajo, como siempre, platicando mientras espera verte –con los ojos llenos de ira me di la vuelta, y su brazo me giró a ella cual muñeco de trapo–. Bajas, y bajas ya. Apúrate, que te está esperando –su voz hiriente terminó por callar mi coraje. Se dio la vuelta y azotó la puerta–.
Me senté sobre la cama. Voltee ligeramente hacia el espejo. No miraba mi rostro, solamente la puerta esperando ser abierta. Esperando quedar a mi espalda mientras me alejo. No puedo detener lo inevitable. No debo. No quiero. Sin embargo, lo prolongaré hasta que termine mi último suspiro.
Intento ordenar el cuarto. Tomo mi libro favorito y lo dejo sobre la almohada. Ahora sé qué hacer. Me doy la vuelta y camino hasta la puerta. La abro, escucho las voces más claras, las risas. Camino hacia la escalera, veo ligeramente hacia abajo y no encuentro a nadie. Doy mi primer paso sobre el escalón, mi pie izquierdo baja lentamente, ahora el derecho. Mi mano se postra en la pared. El olor a café calcina mi olfato. Penetra como punzada en mis poros. Reconozco poco a poco las voces. Bajo lo suficiente para ver los sillones de la sala, todos están sentados. Sus ojos vacilan al voltear. Cuando al fin me tienen en la mira dejan de reír. Mi último paso sobre la escalera es tambaleante e inconsistente.
–Vaya, hasta que bajas – dice mi madre mientras pasa el azúcar a su derecha–. ¿No saludas? –mis labios temblorosos poco a poco fingieron una sonrisa inevitable–. Claro que saludo ¿cómo están todos? –con gestos complementarios me respondían–. ¿Dónde está? –dije, evitando sonar obvio–. En el estudio, dónde más. Ya tiene rato que entró, y tú, no sé que haces arriba. Pero ándale, que no tiene tu tiempo.
Camino dejando atrás la sala, el antecomedor y el comedor. La puerta del fondo es mi destino. La puerta blanca con azul. La puerta que tiene algo tras ella que no quiero ver. Me acerco. Acaricio las sillas con las que me encuentro en el camino. El terciopelo rojo me llena por unos instantes de más recuerdos. Su voz, el último encuentro. Mi escondite favorito. Las mascotas y el columpio del parque.
Mi mano se acerca a la chapa. Mis dedos inquietos se contraen una y otra vez. Cuando al fin tengo la chapa en mi mano. Cierro los ojos. Imagino lo que encontraré, las palabras que nuevamente retumbarán en mis tímpanos, los ojos mirándome, los silencios. Después con un movimiento muerto giro la chapa. Me detengo otro instante mientras suspiro por última vez antes de entrar. Jalo la puerta y entro al estudio viendo hacia atrás. Me doy cuenta que todos me miran fijamente.
Están de pie, callados, con sus rostros inmutables, alguien abraza a mi madre que me ve con desdeño. Todos esperan inmóviles. Quieren ser participes del espectáculo. Y aunque parecen saber el desenlace quieren estar seguros de que suceda. Les sonrío aparentando casualidad. No contestan a mi gesto.
Cierro la puerta, y con los ojos cerrados giro mi cuerpo. Los abro suavemente. Una luz ilumina la habitación. Alguien abrió las cortinas. Quedo cegado por unos instantes y veo la silla, ahí está, igual que antes. Su mirada es la misma, su sonrisa sigue siendo poderosa. Me acerco sin titubear, sin ser o parecer un torpe, sin inmutarme, sin sellar mis labios. Al fin estoy frente a frente. Mis palabras son las mismas de siempre, sus respuestas también. Todo termina en silencio, todo acaba en unos instantes. Volteo y veo su rostro nuevamente. Una befa se forma en el mío. Salgo del estudio, camino hacia la sala, todos siguen de pie, todos siguen en silencio. Paso de largo hacia la puerta de la entrada, la abro y escucho la voz de mi madre.
–¿A dónde vas? – me dice con tono extrañado. Volteo, y sonrío mientras acaricio la puerta–. ¿Te miró? ¿Te dijo algo? –repitió mientras miraba a su alrededor–.
–Lo de siempre mamá. Ahora me voy al trabajo, es tarde. Después veré a Emilia e iremos al parque de los inciensos –veo mis manos, las machas de nicotina se confunden con la tinta–. Dile que si al regresar sigue aquí, morirá. Yo ya se lo dije. Pero no entiende. Explícale que el mundo no ha cambiado, cuéntale lo de la ventana de mi cuarto. Lo de mi búsqueda. Dile que no siga aquí o morirá como todos nosotros.Chasquee mis labios y luego sonreí omniscientemente. Cerré la puerta tras de mí. Respiré el aire fresco y seguí mi camino.

lunes, agosto 22, 2005

Reflexión sin sentido, waisted time...

Caminando entre las torres, a la luz de los cables reflejando al sol, sobre los cerros ahí voy, soy el que camina sin esperar, soy el que espera sin caminar.
Pero te extraño niño, te extraño sol... esta parte del cuerpo cuelga de las estrellas y no sé de dónde caerá, no comprendo los tiempos o situaciones, sólo veo el cohete despegar y caer violentamente en tu tierra, mujer elemental, mujer de fuego, de agua, de sal, de sangre y mar, dónde dejaste el trozo de canto que te entregué.
Quiero ser tu Jaguar, déjame soñar, pues en sueños duras más que en la vida y en la vida te pierdes más sin los sueños. Dame silencios, dame sentimientos, de esos que ya no poseo, de los que me deshice cuando crecí, como te extraño niño, porqué te mataron todos.
Engrasa el metal de mi cuerpo, termina el trabajo, termina el duelo.
Camina, camina, camina.

sábado, agosto 20, 2005

Camino del indio

La eternidad de las luces, antorchas que móviles simplifican el camino, entre la espesura de la noche y la frescura de la brisa. Súper estructuras que se conmueven ante el pequeño creador, impresionado de su creación, la hípervía de asfalto, como vereda entre los cerros se une, se bifurca en algún punto donde no todo converge.
Creaciones que superan a los autonombrados dioses, contextos unidos por personas más no por naciones, camino a Santa Mónica, noche impetuosa, singular alegría entre los castillos falsos de las luces artificiales, conocimientos solitario encerrado en sus jaulas de concreto, pergamino perdido, el crepúsculo habitado, la soledad mi compañía, la música el sistema de defensa, la imagen el resultado.
Bendita ciudad de los Angeles, bendito camino a Santa Mónica que bello eres cuando a tu dueño he olvidado.

lunes, agosto 15, 2005

Los elementos del egoísmo y la verdadera situación del pez (fragmento)

Día uno
Viajo a miles de segundos de nuestro momento, a donde todo comenzó, a donde todo inició casi sin darme cuenta, recuerdo que esos días leía sin parar. Un libro siempre te lleva a otro, eso por lo menos he creído siempre. Debo afirmar que los libros no son mi pasión, jamás lo han sido, de hecho me dan lástima las personas que buscan siempre un interesante libro para saber más. Nunca he leído por gusto, sólo por necesidad.
Cientos de cosas suceden en el tiempo y sobre el espacio, las cortinas de los cuartos se llenan de polvo, los marcos de las ventanas se escarapelan, las tazas de los sanitarios se vuelven amarillas y el agua se convierte en vapor.
Cierto, el mundo ya no es como lo era antes, pero cómo recordarlo si yo no viví los tiempos de antes. Los tiempos pasados fueron mejores porque no los sufrimos no porque no se mantuvieran siempre así.
Eran las siete de la tarde, hora de cerrar, era la hora de ir a casa. Eran las siete de la tarde, mi hora de ficticia libertad. Como siempre tomé mi lugar en la trastienda, comencé a encimar las cajas de libros, revistas, periódicos, discos y todo lo demás. Acomodé con calma una encima de la otra. Perdí el tiempo, con cautela de no perderlo apresuradamente y así quedarme sin tiempo para perder.
Después me dirigí al Instituto, como ellos le decían. Una escuela barata de prospectos a artes. Enseñaban fotografía y danza. También yoga, y otras de esas cosas que casi nadie toma en serio.
Entré por la puerta café, esa de madera antigua que no era reparada por cuestiones sentimentales. Pasé al lado de Estrella, la recepcionista, salude a Patricio, el instructor de danza.
En ese momento la vi, Lía, con su cabello oscuro, entre ondulado y quebradizo, entre peinado y despeinado, entre personas y música. La había visto por primera vez en la librería, no habló, sólo señaló lo que deseaba y se fue sin siquiera dar las gracias. Su mirada siempre era fina, profunda, apasionada. Mirada que solamente mostraba cuando me veía. Ella bailaba como siempre, sin repetir ni un solo movimiento más que los pasos. Los tambores sonaban marcando el ritmo. El grito del hijo de una bailarina, cual canto gitano estallaba en el salón. La madera de la duela crujía, eso le daba un aspecto romántico a la escena. Lía se contoneaba lenta y sensualmente. Su vestido se transformaba en marea de colores. Se detenía de repente y me observaba, me veía de la forma habitual.
Nuevamente el grito del niño. Su lloriqueo era musical. Sus gritos embonaban perfectamente en los compases de la pieza. De repente el silencio, luego los ridículos aplausos de los participantes, como imaginando lo que sucederá el día de la siguiente y exitosa presentación. –Muy bien muchachas y caballeros –dijo el instructor con mirada afeminada y resplandeciente.
La antigua escuela de prospectos a artes, se había mantenido, desde siempre, de contribuciones de los que se inscribían, pero su mayor ingreso eran los cuartos de la parte trasera que funcionaban como posada. También ayudaban la antigua cocina y la bella estancia, construidos en materiales finos de varios colores. Ahí proyectaban películas antiguas y de directores conocidos, leían poesía, cuentos, teatro y novelas. En esa estancia los pintores, escultores y escritores hablaban sobre la injusticia de no concederle espacio a las artes experimentales, también discutían sobre lo que ellos mismos hacían, hora tras hora hablaban de cosas aparentemente interesantes pero vacías hasta el hastío. Consumían café y cerveza, ocasionalmente un vino, pues ellos decían que mostraba elegancia e inteligencia. Yo lo consumía porque era más barato que el resto de las bebidas.
Pasaba a un lado de los supuestos intelectuales tomavino, atravesaba por la puerta de malla y cruzaba el patio conformado por una fuente marrón, unos árboles frutales y tres bancas azules, acompañados de dos o tres sillas metálicas. Al fin, entraba a mi cuarto, en el que habitaba desde hace cuatro o cinco años, entraba y miraba de golpe la totalidad de mi hogar. Un catre nuevo, un guardarropa desarmable de plástico, un radio viejo, un cenicero sucio, lápices, cuaderno y plumas sobre una pequeña mesa vieja y cuadrada, un par de discos, revistas culturales amontonadas y una caja de libros empolvados. En la parte derecha y arrinconada de mi cuarto, se veía una bañera blanca y enmohecida de la parte inferior, al lado el escusado. Y para cerrar el cuadro, una vasija con agua y un espejo. Este era mi hogar. Pagaba sólo unas monedas por él, bueno, por así decirlo, en realidad eran billetes, pero monedas suena más agradable.
Me quito mi chamarra vieja de mezclilla, la cuelgo en un clavo sobre la puerta. Retiro de mis pies las botas gruesas, quedan expuestos mis calcetines sucios y medio descosidos. Me pongo ahora mis zapatos negros. Enciendo un cigarro barato y sin filtro. Lo coloco en mi cenicero y comienzo a esperar. Faltaban solamente cuarenta minutos para que sirvieran la cena. Esta noche tal vez comería algo caliente, las semanas pasadas únicamente sirvieron ensaladas frías y salmón ahumado. El problema fue que la cercanía con concursos fotográficos y presentaciones dancísticas obligaban a Lourdes, cocinera, bailarina y dueña, a practicar hasta ya entrada la madrugada, haciéndola duplicar la cantidad de almuerzo y así servir las sobras en la noche.
Esperaba sentado mientras pensaba en lo que me había convertido. Me recordaba pasando horas conversando de estupideces literarias, filosóficas e históricas. Hablaba por horas acerca de política y música. Me vestía de forma descuidada y me perdía con la masa intelectualista de mi ciudad. Iba a sus fiestas, los escuchaba, debatía con ellos y después consumíamos lo que estaba de moda. También escuchábamos música y admirábamos el cine independiente. Criticábamos la fotografía y la nueva ola de literatas, comentábamos las nuevas corrientes del feminismo e intercambiábamos pensamientos sobre la verdadera armonía.
En pocas palabras, me había vuelto un patético estereotipo del intelectual de la nueva era. En realidad no me interesan esas conversaciones, ni su música o el cine de un país desconocido. Para ser sincero prefería siempre una película de ciencia ficción o de vaqueros. No me interesa ver mi vida reflejada en un personaje. No me importa ser o no ser representado frente al poder político, jamás me he interesado por nada más allá de mi ropa y la cena del día corriente. Pero desde siempre debía encajar, sino encajaba no tendría dónde vivir.
De repente repicaba la campana que llamaba a la cena. Ese sonido que mi abuela mencionaba como algo que espantaba a los fantasmas. Sin embargo, no era yo precisamente un creyente, puesto que nunca se iban los fantasmas de la casa. De todas formas me pregunté lo de todos los días: ¿Se habrán ido los intelectualistas?
Camino hasta la cocina y decepcionado veo que siguen ahí. Asiento la cabeza saludando a todos y todos me saludan en respuesta. Como lo había imaginado, se encontraban hablando de artes y de la nueva película extranjera independiente que se proyectaba en la sala alternativa del cine. Siempre pensé que era una forma estúpida de llamar a la sala, pues cada película proyectada en una sala distinta es una alternativa, lo que nos llevaba a cometer un pleonasmo al decirle sala alternativa a una sala.
Con mis comentarios atorados en el cuello, me siento en la silla y comienzo a engullir una masa asquerosa, aunque bastante rica, formada de soya con verduras cultivadas sin químicos y con una bebida verde que preferí no inferir lo que contenía.
Me preguntan sobre mis poesías. Les menciono brevemente, con un tono soberbio, que no he avanzado debido a una falta de inspiración objetiva. Ese diminuto comentario hace que como hienas hambrientas todos quieran dar su opinión ejemplificándola con sus maravillosas vidas. Después las feministas voraces, sicólogas en su mayoría y una que otra filosofa, hablan sobre lo minimizada que se encuentra la mujer en la literatura y que no paran de objetivarla, que todos los hombres son misóginos y que nadie más que ellas merecen el control del universo, o algo por el estilo. Inmediatamente acepto su opinión como válida tratando de evitar ser bombardeado con comentarios repetidos. No lo consigo y por dos horas y media se enfrascan en un discurso contradictorio.
Al terminar la cena y después prender otro cigarro, la cocina y estancia cierran; los de siempre platicamos sobre nuestros días. Claro que mi turno es el último pues yo soy el del trabajo menos interesante. Todos hablan, todos opinan, todos comentan y recuerdan sus burlas a la gente por no conocer a tal o cual autor, novela, película o programa cultural. Se quejan de las personas, se ríen de ellas, y comentan su nuevo proyecto, su nuevo viaje, y sus intentos fallidos de hacer esto y aquello debido al desconocimiento de la gente referente a su arte o como este de moda decirle hoy.
Terminan los fascinantes intelectualistas con sus parloteos, me cuestionan por no aportar a la plática, justifico achacándoselo al sueño y a lo cansado que es cargar cajas con libros. Me retiro al cuarto, abro las ventanas, me quito la camisa y el pantalón; me persigno sigiloso e intento dormir.
Mientras poco a poco descanso mi cuerpo, mi mente se pierde en el oportuno silencio de la noche. Cobijado con los murmullos de los amantes imaginarios me giro sobre mi cuerpo y con la cabeza inclinada lentamente me encojo hasta la forma fetal, sólo así consigo conciliar el sueño. ¿Los peces sueñan? Si lo hacen deben seguramente soñar en ocasiones que se asfixian, así como yo a veces sueño que me ahogo. Quisiera encontrar a alguna mujer que me ame, y que pueda decirme que lo hace sin explicar primero que no sabe las causas psicológicas de su sentir, también sin que se disculpe por sonar trillada y ajena a su verdadera forma de ser. Alguien normal que me ame, eso quisiera. Fornicar con ella o hacer el amor, como quiera decirlo pero que lo haga sin interrupciones innecesarias.

jueves, agosto 11, 2005

De narraciones ordinarias y extraordinarias: Abel y su eternidad en el desierto (fragmento II)

-Cuéntame un cuento- decía él, acostado a su lado, con la espalda al cielo, con la mirada a la oscuridad con el humo en su aliento. -¿Qué cuento podría contarte? uno de amor, uno de guerra, uno de animales, uno de montañas, uno de dioses tal vez.
-Cuéntame el cuento de mi vida, el que todos han querido escuchar.
La inquietante sábana se movía, de repente los hombros desnudos, femeninos, casi hádicos se mostraban unidos a un cuello largo y terso. El color de los ojos en la oscuridad no se distinguía, sólo se observaba el brillo mítico en la penumbre de la alcoba. La lengua a los labios, los labios al vaso, el vaso al buró, el buró inmóvil.
-Llegaste de muy lejos, tu sangre viene de más allá de donde la arena se une con la montaña, la montaña con el desierto y el desierto con la selva. Vienes de donde nunca nadie ha dominado a la tierra, donde creen conocerla, pero de un momento a otro, la tierra come lo que sobre ella reposa. Creen dominarla, creen conocerla, pero no lo hacen, sólo su sangre la conoce, por que la sangre del pueblo al ser derramada también se vuelve tierra, desierto, montaña, selva y mar. Te llamas Abel, tu padre se llamó Abel, lo mismo tu abuelo, tu bisabuelo y así hasta el inicio de las naciones, hasta el comienzo de los tiempos. Tu madre se llamó Eva, sus nombres han sido depositados en la mujer y en el hijo. Todas las generaciones de tu pueblo se han llamado así, todas las generaciones de tu raza han vivido bajo el amparo de Dios; jamás han conocido el pecado, la pureza ha sido su estandarte. Vinieron y fueron, predicaron y conquistaron almas, llevaron muertos en sus espaldas, se convirtieron en amos y esclavos, buscaron el reino de la conciencia, el mundo de la pureza. Tú eres el último de tu especie, el que debe dejar su legado en su hermana, pero ella murió y ahora no sabes cómo seguir con tu estirpe. Nadie conoce el pecado en tu pueblo, todos han adoptado, como tú que también lo fuiste y tu hermana, y ustedes debían hacer lo mismo, pero ella murió y ahora no sabes cómo lograrlo, pues has pecado.
El cigarro a los labios, el humo al cielo, el cielo a Dios y Dios a los hombres; su mano a la de él, la mano de él a su cara, de su cara la lagrima, la lagrima a la almohada y la almohada al suelo. Ella volteaba a él, él con voz de pecado dijo:
-Lo que no sabes es mi verdadera historia, sólo el cuento que me envuelve.

De narraciones ordinarias y extraordinarias: Abel y su eternidad en el desierto (fragmento I)

La Geografía puede decir mucho de cualquier persona, qué clima soporta, cuál es su lugar de nacimiento, dónde vive, con qué tipo de animales y plantas cohabita, tal vez hasta las probabilidades de vida, si conoce el mar o el desierto, si sus pulmones son grandes o pequeños, si padece de alta o baja presión.
La Geografía por ejemplo, en este momento me indica que estoy a nivel del mar, que mis pulmones son pequeños, que no conozco la nieve y que se he de morir presa de un predador ha de ser uno selvático. También me dice que nací en el continente americano, en el paralelo tal y que el sol me da tantas horas al día. Sin embargo aunque sí determina mi nacionalidad, no determina mi destino en las veredas, y por supuesto que no dice cuáles serán mis decisiones, y por último miente acerca de mis raíces.
Mi origen es el continente africano, mi piel oscura no lo dice, pues no es de ese color, más bien, blanca, pálida, casi azulada. Mi cuerpo delgado, esquelético, mis ojos hundidos, mi barbilla partida, lampiño de todo el cuerpo, con la cabeza rapada, los labios siempre partidos y vistiendo túnica azul con sandalias de piel color marrón.
Sé que mi origen es africano pues mis padres adoptivos me lo dijeron, ellos a su vez fueron adoptados y así sucesivamente, soy la generación cuarenta y cuatro de hijos adoptados por adoptados. También soy uno más de los que contrajeron matrimonio sin tocar en ningún momento a su esposa, situación que me hace sentir dichoso, jamás he roto el celíbato, ni nadie en mi familia lo hizo, el celíbato en mi familia corre desde sus inicios.

martes, agosto 09, 2005

De Guanajuato tantas cosas menos yo.

Dicen que cuando uno viaja acompañado es porque uno tiene que llevarse algo de su tierra para no olvidarse de donde viene y no quedarse más tiempo. Yo nunca he viajado acompañado, y en mis viajes que no han sido tantos uno de ellos, uno de los varios a Guanajuato conocí a una mujer el día que llegué y murio un día antes de irse.
— Los que no toman ni fuman son jotos —dijo la mujer de unos ochentaycuatro años, sentada a un lado del Mercado Hidalgo, donde las mixtecas venden sus muñecas de trapo, ahí, donde daba la sombra— tú estás fumando, no has de ser joto.
Vestía mi camiseta de turista de cinco pesos, mis anteojos y sus protectores oscuros, pantalones tipo carpintero verdes, tennis negros de suela gruesa, un sueter café y viejo, que no cubría el frío, mi mochila verde, mi cigarro barato sin filtro prendido. Fumaba y aspiraba el humo por la nariz, tomaba de un vaso plástico transparente un poco de mezcal traído de Oaxaca.
— Ay muchacho, si yo te contará ¿ves esta foto? — me enseña una foto vieja, blanco y negro, con una mujer en una silla y el hombre a su lado de pie, clásica pose de matrimonio viejo— esta soy yo, mira nomás, ahora ya estoy vieja, ya no tengo ni las trenzas de ese entonces. Antes no importaba tanto el color del cabello o si se lo peinaba así como las muchachas pendejas de ahora, lo que importaba eran las trenzas, lo largo del cabello y sus trenzas. Yo en eso era muy bonita.
Ella sentada sin vender nada, aparentemente descansando antes de proseguir con su camino, me miraba. Esperaba que le preguntara, pero mis miradas eran suficientes dudas, ella me entendía y sabía que quería seguir escuchando. De repente pasaba uno que otro, boleros y demás, volteaba yo, de vez en vez, a la Posada donde pasaba la noche, bueno, parte de ella.
— Este viejo cabrón era mi marido, guapo, alto así como tú con una mirada de hombre, con su cigarro y con su camisa. Tan hombre, estaba reguapo el cabrón, y me rogaba —sus pequeños ojos arrugados se abrían, era una mujer totalmente expresiva— siempre me decía que lo acompañara a comer la nieve, a caminar las plazas, a prender veladoras —explota en la risa más hermosa del mundo— prender veladoras, cabrón que era.
A los lados, en las calles empedradas se miraba el callejón trasero de la Alhóndiga de Granaditas, antiguo lugar de contienda de los macehuales y los gachupines. La gente caminaba, el aire fresco, dulce a mis pulmones, un momento de tranquilidad absoluta, apagaba el cigarro y prendía otro, daba otro trago a mi mezcal y me quitaba los protectores oscuros dejando mi mirada desnuda tras el cristal de los anteojos.
—Yo nunca le hice caso, me casé con él, le dí hijos y también hijas, pero nunca le dije que me gustaba ni que lo quería, ni cuando me preguntaba casi antes de morirse —suspira como arrepentida— y es más si no se hubiera muerto de haberle dicho, no le digo. ¿Sabes porqué? Por presumido. —Se me queda viendo confundida por no darse cuenta de que me había quitado los protectores— No te miraba los ojos hace rato, los tienes claros, bonitos, como mi hijo, el grande, ese ya se murió.
Deseaba tanto una grabadora en ese instante, mi memoria tan reducida como siempre lo ha sido no me permitiría mantener perfecto el largo diálogo de más de una hora. Pasaban mujeres, jóvenes, las miraba, me devolvían la vista, unas las conocería a lo largo de mi estancia y serían amantes silenciosas, generalidades centralizadas en una amante mayor: la ciudad de Guanajuato.
—Para mi nunca estuve equivocada, así como lo trataba actué bien. No creas que lo desatendía, lo tenía lavado, planchado y comido, pero sin amor. Aunque siempre lo quise al cabrón, me daba de su cerveza, de su botella, de su cigarro, me subía a su caballo y a cada rato me daba muchos besotes así en la boca —toca su boca violentamente, la talla y suena el beso en sus labios— me seguía por las milpas, allá pa' Yuriria, allá en Felipe, allá en los ranchos que estaban para allá.
Se quedaba callada a ratos, recordaba, me miraba como esperando algo. Sus pies en calcetines largos grises y calientes, calcetas más bien. Vestido floreado en colores naranja quemado y negro, con rosario en la mano. Me mira como solamente mi madre me ha visto.
—Tú casi no preguntas, no eres como todos los muchachos que vienen hasta acá. Muchachos pendejos no saben escuchar, nomás quieren ser amigos de una. Ni me conocen ni nada, quieren llevarse el recuerdo de una viejita —ríe fuertemente y se interrumpe con una tos— quieren sentirse que conocieron a la que quisieran que fuera su abuela, cabrones y cabronas no atienden a nadien en sus casas y creen que con los ajenos a sus casas se puede compensar. Están bien pendejos. Que bueno que tú escuchas que eso es lo que uno quiere cuando está hablando, yo no hablo para que hablen, hablo para que me escuchen.
Volteo hacia la derecha, veo el camino que me lleva a la Plaza de la Paz, a los templos, a todos esos sitios que visitaría una y otra vez cada vez que pisara la ciudad de mi familia, la ciudad de mi gente, la tierra del cerro de las ranas. La miraba, la escuchaba, me perdía en sus historias, la de su marido no fue la única, me contó muchas, me dijo mi futuro, me dijo cómo era en verdad, me hizo llorar. Fumo conmigo, de mi cigarro, me pidió un refresco de limón, me dijo que las viejas son cabronas antes y ahora, pero que ahora más porque ya ni se casan, nunca le pregunté nada, jamás la interrumpí ni le quité la palabra, sus historias comenzaban de la misma forma, y terminaban igual.
—Hola hijo, siéntate que si te vas ni me escuchas, ni aprendes, ni te pierdes de mucho que tu vida será larga y siempre podrás regresar, te lo prometo. Deja te cuento algo de cuando era joven que nadien aquí escucha a los viejos.
¿Cómo murió? Unos dijeron que ya estaba muerta, que me miraron hablando solo, otros que era el diablo que se aparece en muchas formas, otros que se murió de vieja, unos decía que estaba en su casa con su hija, la esposa de licenciado que estaba por el Teatro Juarez. Nadie me supo dar razón. Sus despedidas eran igual o similares a la de los que se despiden para siempre.
—Bueno muchacho que Dios de bendiga como hasta hoy lo hace, ya verás que tendrás muchos caminos por recorrer que tu mirada es del viajante, tu ojos son lo de San Cristóbal. Eres guapo muchacho, no seas presumido o la mujer que quieras te mandará a la chingada aunque se casen. Ay si te veo mañana te sigo contando y sino pues ten buen viaje.

Encuentro

Caminaba como siempre ha sido mi costubre a lo largo del callejón, donde se encontraban las esquinas perdidas entre la tinta y la cera. Observaba detalladamente las formas, los colores, la idea. Me perdía entre los murmullos de las palabras no formadas en el aire o en tu boca por ser tan destructivamente perfectas.
Consumí intempestivamente la taxonomía para saber que tú y yo articulábamos perversa y perfectamente. En el sonido de la lluvia te encontré, pálida como siempre, mirándome sugestiva, impetuosa, deseosa de estar en si misma. Ser acuífero, terrestre, aéreo; ser elemental, partícipe del banquete misterioso que nadie menciona por no caer en el olvido, en la masa círcular que redondea la vida.
Tomo tu mano y te guío hasta mi casa, donde se encuentra mi almohada, donde yace la última flor que te regalé hace más de dos años. Encuentro maneras de jugar contigo antes de hacer la guerra y conquistarte, tomarte mientras río, mientras te ahogo. Me alargo, me vuelvo tu clima, me transformo en tu pensamiento, en tus palabras. Que necesidad la mia de poder tenerte un poco más de tiempo. Suspiro profundo en el óceano de tu aliento, en la estrella de tu universo, en la frontera de tu salida.
Después todo pasa sin movimientos, cerramos los ojos, volvemos tras quedar dormidos, nos perdemos en los sueños, en esos manifiestos que hablan de ritos. Te doy mi sangre en un vaso, la bebes, me escupes como señal de que he triunfado. Y decimos de esas palabras que todos dicen, de las que tantas burlas nuestras antes causaron.
¡Qué bello día! Hoy me doy cuenta que quiero tenerte conmigo.

lunes, agosto 08, 2005

Sin mi no existes

Me transformo, me convierto a tu volundad, maldita fórmula la de darme significado a partir de tu vida, a partir de tus conocimientos, a partir de tu voluntad.
Donde me vuelvo sombra, me vuelvo luz, puedo ser opaca o brillante, puedo ser una metáfora o una analogía, viajo por los cuerpos, los toco, los siento. Penetro los pensamientos, estoy en todas partes, en tu mente, en tu tinta, en tu forma de ser, me convierto en lo que quieras, me vuelvo tan volátil como un explosivo, como una sustancia que se adhiere a todo, puedo ser complicada o sencilla, puedo dar poder o quitarlo, junto a mi todo existe, soy música, soy elemento, soy vida y muerte de toda existencia. Soy Dios, Demonio, Angel o Virgen... soy real, soy inexistente, soy un fantasma, vivo en tu aliento, en tu escritura, en tu vida y en la de los demás.
Soy un simple símbolo, un significado compartido, un ente formado de la convención de unos cuantos que le dijero a muchos que era yo. Soy la estúpida palabra. Llámenme, Palabra.

domingo, agosto 07, 2005

Camino contrariado

Como tú dijiste que sería, la vida se vuelve más fácil con el tiempo. Es como me dijiste, la historia se vuelve más corta, no hay héroes en el espacio, no hay pena o gloria. Simplemente me pierdo en la jungla de tu conocimiento, en la fuerza de tus brazos, en el sudor de tu cuerpo. Es imposible considerar el movimiento de las estrellas sin un suspiro tuyo.
Dime porqué no puedes dejar a la discípula dormida, dime porqué no puedo quitar mis ojos de su rostro, de su sonrisa. Camino, esperanzado a descansar bajo tu arbusto, el que se extiende como pared alrededor de tus sueños. Camino, camino, asecho, me sumerjo en tu sangre ebria de sal, en tu agua llena de aceite, en tu contrariedad.
Porqué no puedo perderme en mi propio aliento, en mi propia forma, en mi sombra. Porqué si digo tu nombre sueno como un fanático, porqué te pareces tanto a los demás. Contemplo mi partida siempre, me precipito al abismo del olvido, a donde todos caen por algún tiempo, a donde todos viajan para impresionar. Dime la manera correcta de hacerlo, dime cómo me entrego al tiempo.
Me acerco, lo creo, lo presiento, percibo la puerta verde que lleva al paraíso, y aunque aún no encuentro el jade irrompible, creo que entraré y tomaré lo que me corresponde.

¿Dónde quedó el macehual?
¿Dónde corre, dónde anda, dónde siembra, dónde engrana?
Si los caminos fueron por sus enemigos tomados,
las veredas desaparecieron, sus tierras las quemaron
si nunca en la máquina los contemplaron.
¿Dónde quedó el macehual?
Por ahí escondiendo, por ahí muriendo,
por ahí llorando.
Entre las calles, bajo edificios.
entre ciudades,
donde nunca será escuchado.
Ahí quedó el macehual,
sin pureza, con los miembros destrozados,
con la mente atrofiada, con el susto agarrado.
¿Dónde quedó el macehual?
Escribiendo este canto, leyéndolo,
creyendo que de otro hablo, pensando que no me dirijo a ustedes.
Creyéndo que si se aceptan macehuales
es algo malo.

miércoles, julio 27, 2005

Don Tomás

En aquellos años cuando pasaba corriendo. Miraba a ese hombre subirse a la tarima y comenzar a bailar, sobre su vida siempre pedía la palabra. Ese hombre era un objeto de burla, una marioneta de la diversión.
Quien fuera hacia llorar y soñar con otros lugares. Nunca renegaba de sus culpas, de sus vicios o de sus errores, renegaba de no tener más tiempo para equivocarse. Exigía las culpas de los demás para poder vivir, seguir y entonces reventar.
Dicen que con el tiempo se volvio loco, se volvio un simple objeto de la historia, un personaje más que al parecer se convertía en ficción para complementar los cuentos de los señores que hablaban mientras jugaban damas en las gradas del campo de futbol.
Uno me miraba con ojos de vidrio, otro siempre hablaba de poetas y de sus hijos, todos reían cuando a áquel lo recordaban, le decían el marionetero.
Don Tomás, joven emprendedor que llegó hasta este lugar vendiendo piedras de vidrio, canicas de plata y sueños de papel. Con su canario te decía la suerte, a las mujeres enamoraba con su olor a clavo, su aliento a dulce y su mirada de cordero. Se perdían todas menos una. Doña Lupe, cuando joven lo miraba sin interés, él se llenaba de ilusiones al verla pasar.
Le cantaba, le lloraba, le regalaba flores, aves y cantos. Ella lo aceptó tres años después, se casaron, hicieron las cosas que los enamorados hacen, tuvieron hijos, y él se volvió farmaceutico. Con el tiempo, ella lo dejó, sus hijos fueron adoptados por la calle que me adoptó y él se volvió loco.
Desde entonces encontró maneras de suponer regalos que venían desde otros lugares, desde donde ella estaba, donde ella lo esperaba. Los altos edificios se miraban lejanos y cuando lo tocaban en el hombro se ponía a llorar. Don Tomás el marionetero, murió ya. Dicen que tirado al lado de la iglesia, irónica muerte, caer al lado de la iglesia de la Soledad.

Vigilante letargo

¿Cómo encontrar palabras, gritarlas y hacer que lleguen a tus oídos si soy mudo? Un gesto poco inspirador seca mi garganta, un sueño tan poco profundo que surge de tu espacio, de tu universo seductor. ¿Cómo llamarte si nunca he escuchado tu nombre?
Nombrarte me suena tan común, tan visto, tan lleno de lo mismo. Quisiera encontrar el sonido que me lleve a ti, a tu encuentro, donde brillas, entre las palmeras, entre los jaguares. En ese brillo jade, en tu irrompible color.
Llenas todo, lo vacías después para confundirnos. Te apropias de la cercanía, te vuelves dueño del entorno. Eres el que se forma a voluntad, el que se da vida y muerte, el que nos da la calidad de ser. Eres la palabra prohíbida, escondida entre los ídolos y sus seguidores, oculta en los mantos de las vírgenes, en las manos de los santos, en las alas de ángeles.
Tuviste que irte por un tiempo mientras todos perecíamos. ¿Suena el tambor? ¿Suena la flauta? O solamente escucho tu canto, tu canto que marca el retorno. El fin de la búsqueda por el líder y señor de los ejercitos. Llama con el cuerno, llama con la piel retumbándola, unifícanos, conviértenos a tu poder.
Mientras espero, me sentaré en la banqueta, afuera de mi casa, mirando los carros pasar, mirando los aviones volar sobre mi calle, sobre mi ciudad. Miraré los mercenarios, los caídos y los futuros guerreros. Porque debo decirte que creo en ti. Sé que volverás, sé que te veré y que reconocerás mi rostro, mis ojos y mi voz, humedecerás mi garganta con tu canto. Y me dejarás morir por ti.
Hasta entonces manténme en este momentáneo letargo y dame la furia del jaguar para destruir a tus enemigos cuando el momento llegue.

jueves, julio 21, 2005

Alberto X (fragmento cap I)

Hoy no tengo mucho que decir, al final del día los significados se vuelven indiferentes, lejanos. Sólo miradas y suspiros enmarcan la razón.
La lejanía de aquella mujer, su encuentro, los pensamientos que envuelven, que matan, que guían, que hacen sufrir, vivir, temer, cantar.
Reaccionas a un nombre, a un conjunto de signos que le dan significado a algo que no logramos entender. Aún así entendemos ciertas cosas. Entendemos que el sol no se oculta, no, la tierra es la que gira y nos oculta el sol. Entendemos que no somos un nombre, yo no soy Alberto X, soy un ser distinto al que todos llaman.
Hay nombres que sólo existen para formar poesías, para hablar de amor. Hay nombres que sólo se hicieron para ser portados por héroes, guerreros, santos y dioses.
Lamento mucho decir y aceptar que el mio no sirve para la primera o segunda cosa. Mi nombre sirve para enunciar a un esclavo, para llamar al que vive en las sombras, para gritarle lo poco que vale; mi nombre se creo a imagen del caído. No es tan poco común mi nombre, no es tampoco ajeno a los lugares comunes donde todos se encuentran. ¿Cuántos sonidos me llaman? ¿Cuántos sonidos te llamaron?
Sigo escondiéndome en el clóset, sigo apagando la luz para no ser seguido. Aún hoy mantengo el crucifijo bajo la almohada. Tal vez no lo entienda nunca, es posible que mis extrañas costumbres se tornen lamentables con el tiempo pero no lo puedo evitar, llámame entonces por mi verdadero nombre, deja lo invento contigo a mi lado, cierro ahora tu libro, lo aparto, te veo y suspiro.
Simplemente hoy no tengo mucho que decir.

miércoles, julio 20, 2005

Entre el sueño y la realidad

¿Cuándo, en qué punto exacto te das cuenta de que tienes sueño? En el momento en que tus ojos se comienzan a cerrar, volviéndose los párpados tan pesados que se torna imposible mantenerlos abiertos, cuando tu cuerpo comienza a relajarse al extremo, de forma tal que tu mano deja de obedecer a tu cerebro. Cuando dejas la realidad inmediata y entras en la realidad perfecta, en esa realidad de pesadillas y sueños hermosos, donde eres devorado por animales o humanos, donde encuentras a la mujer, que no es la de tus sueños, pues estás en ellos, así que solo es la mujer.

Podríamos ser macehuales apartados de este concepto, creernos lejanos de esta sensación, decir en verdad que el punto exacto es cuando se siente el cansancio. Sin embargo, dudo que alguien sin imaginación haya pensado en leer esto o cualquier otra cosa.

No, yo sé que puedes imaginarlo, ir más allá del punto inmediato entre la realidad competitiva y la realidad conciliadora.

Imagina.

domingo, julio 17, 2005

Descansa en paz

Esto nunca debió de terminar de esta manera. ¿Qué puedo hacer? Todo lo iniciaste tú, con tus constantes críticas, tus formas irregulares de existir, tu siempre ausentes gestos. Muchos años tuvieron que pasar para que esta situación llegará hasta donde se encuentra hoy. Te gritaba, te insultaba, tú arrancabas mis huesos de raíz, te quedabas con ellos y después los rompías a voluntad. Paso a paso me observabas, siempre tras de mi, siempre iluminada siempre arrastrándote, siempre jugando a ser como yo, pero después te hartabas del juego y desaparecías, te ibas como si no fuera nadie.
Vinieron a mi vida las dudas, los encuentros conmigo en la penumbra en la oscuridad. A veces de golpe prendía las velas para no estar conmigo dentro de este silencio de luz. Te miraba y mi estomago se revolvía, encontraba siempre respuestas para darte vida, para admirarte, para darme cuenta que por más que te engrandecieras o te volvieras pequeña, seguías siendo la misma. Intente mantenerte a mi lado pero ahora ya no puedo, mi nueva existencia me aleja de la posibilidad de tenerte conmigo, me he vuelto un ser nocturno y he apagado todas las luces. Lo siento por tu partida pero es inevitable, no te odio pero no puedes seguir existiendo, Sombra mia, descansa en paz.

Luz de Jade: Carta a ella (fragmento)

Mientras caminabas como ángel, con tus alas extendidas al cielo, yo te observaba. Miraba el firmamento, buscando el verdadero color del amor. Amor, palabra demasiado gastada y sin sentido ahora para que te hable de ello.
Cambiemos entonces el significado mientras caemos en las palabras, en los juegos de manos, en la pequeña escalera pintada, subamos al columpio, juguemos en la resbaladilla. Yo sólo tengo cinco años tú siete, no te preocupes, me gusta aprender las cosas del amor.
Enséñame a cortar una flor y dime cómo dártela, explícame el facinante proceso de poner en el cuaderno el corazón y dime cómo se dibujan las flechas y las gotas de sangre. Toma mi mano mientras nos sentamos en el suelo para ver la película del cinito. Dime que te gustan mis labios, dime que te gusta mi sonrisa, dime que mi ombligo es bonito y que mis ojos cuando les da el sol se ven hermosos; deja te digo como me encantan tus rizos claros, tus ojos color miel, tus manos lindas, tus cachetes, tu pequeño uniforme que te hace ver tan niña, tan favorita de todos.
Dime otra vez tu nombre, que ahora me enamoro de tu persona no de tu identidad, suspira y dime cómo hacerlo. Ya sé que vives en esa casa blanca con rejas y puerta café te he visitado y en sueños lo sigo haciendo.
Sueño contigo, de verdad lo hago, nos tomamos de la mano, te beso la mejilla y tú mi boca, te veo caminando y sonriendo, me encanta tanto que me tomes de la mano. Mi primer beso, mi primera caricia, sobre tu cabello, sobre tus pequeños labios, sobre los mios, tú mi primer verdadero amor.
Y repito tu nombre mil veces y no me canso, siento que lo puedo olvidar sino lo digo, María Luisa. ¿Porqué me separan de ti? ¿Porqué me llevan a donde no existen seres como tú? Mi niña, mi pequeña María Luisa ya eres una mujer, yo intento ser hombre, trato no recordarte, no pensar más en ti. Cosa extraña, he olvidado los nombres de personas que conocí hace media hora sin embargo aún no olvido el tuyo. Pero te aseguro que es porque tú tuviste lo más especial de mi, lo más noble que pude tener alguna vez, el amor de la inocencia. ¿Recuerdas la canción? Esa que te canté, lo primero que escribí, a ti entregué mi primer pensamiento de amor en papel.
Te quiero
dulce amor de mi vida,
cuándo voy a volver,
porqué me llevan lejos de ti.
Te quiero
dulce amor de mi vida,
yo no sé qué pasó,
porqué me quitan de tus brazos,
yo no sé qué pasó
porqué me llevan lejos de ti.
Te quiero
dulce amor de mi vida,
yo siempre te voy a amar,
dulce amor de mi vida,
dulce ángel de mi vida...
Jamás volví a ser el mismo, me sentí traicionado por todos los que me rodeaban. Y pudimos ser un amor de siempre, pudimos no serlo, pero quiero creer que sí lo hubieramos sido. Después de ti, hubo muchas no puedo negarlo; pero de las tantas nunca logré sentir lo que me hizo una. Tal vez por eso me transformé a esta manera, tal vez por eso me volví odioso, lleno de deseos pero no de sentimientos. Debo aceptarlo, soy un ser vacío, sin fuerza, sin cordura, un ser que no ofrece nada a cambio de vivir; ahora sé el orígen, nuestra ruptura. Después de ti no volví a portarme así, como un niño.
Yo sigo buscando la puerta verde que lleva al paraíso, esa que tanto te mencioné y que me ayudaste a dibujar.
¿Recuerdas? Tú fuiste la primera que me llamó Jaguar. Yo te di tu misión, y comenzate la búsqueda del jade irrompible. ¿Lo habrás encontrado, lo tendrás en tus manos?Yo por mi parte no he dado con la puerta, pero sigo buscando.
Temo decirlo, pues no sé si aún como cuando niños lo hagas, pero repito tu nombre en mi mente y pienso en tus rizos claros, cierro los ojos y en mis sueños te busco, a veces te encuentro, a veces sé que estuviste ahí por tu aroma a lavanda.
María Luisa, mi niña, mi amor, mi Jade, mi puerta al paraíso, sigo siendo tu buscador, el niño que se convirtió en Macehual, el Macehual que se hizo Jaguar y el Jaguar que se volvió un sueño.

La guerra de los conquistados

Caminando entre la penumbra de la neblina, entre grandes valles, a las orillas de los bosques, cerca de los cerros más altos. El caminar de los guerreros, sus pasos cimbraban la tierra, los tambores al compás explotaban en primitivos sonidos bélicos. El olor a la mañana, a la brisa, a la tierra húmeda, a la piel y a la madera. Escudos adornados con plumas finas, cubrían sus brazos, al frente la casa de los dardos, atrás la casa de las lanzas, en la orillas la casa de los escudos. Los grandes señorios estaban ahí viendo, esperando, planeando como quien juega con soldados de palo.
Un cuerno, y después el silencio. Luego a lo lejos se escuchaban cantos, acercándose, poderosos pasos, sus casas también presentes, sus dioses también mirando, lado a lado, junto a nosotros los pueblos se unían a esperar.
De repente, los truenos, los venados corriendo, los bárbaros con armaduras plateadas de materiales más duros que la piedra se acercaban, sus lanzas, sus espadas, sus cascos más resistentes, las máquinas de fuego, los gritos e insultos que decían.
El sol aparece, suena el cuerno, las casas se lanzan a la batalla, todos valientes, todos guerreros, todos mexicanos, la primera casta de ellos, los primeros que conocieron la identidad, los que se nombraron un mismo pueblo. Muriendo por no ser conquistados.
Los bárbaros vienen con aquellos que nos traicionaron, los traidores de Tlaxcala, los traidores de las costas, los traidores que se entregaron. Sangre, golpes, gritos y gemidos, escudos rotos, lanzas rotas, dardos en el suelo.
De repente a lo lejos se da el grito de un Dios, un guerrero, es Axayacátl que ha regresado de Mictlán, ha tomado el cuerpo de nuestro capitán, de nuestro gran gobernante Cuahutémoc, el primo de Motecuzoma el emperador derrotado.
Los bárbaros lo ven y huyen, un millón parecen sólo tres centenares; el retorno del emperador vuelve feroces a los guerreros, unos cuantos escudos, un puñado de lanzas y pocos dardos se convierten en los más grandes del campo. ¿Quién triunfará?
Los bárbaros que vienen con un Dios prestado, con una guerra falsa, con mitos en sus libros, con sangre en sus manos o el pueblo de los mil sacrificios, de la muerte y renacimientos de las estrellas, el pueblo de los dioses propios, de los dioses que por nosotros se sacrificaron, quién pues tiene mayores méritos. El pueblo de bárbaros o el pueblo de los cien años.

viernes, julio 15, 2005

Reclamo de un viejo guerrero águila


Recuerdo cuando vivía al pie del monte, todas las mañanas y noches, el canto de las aves. A todas horas el murmullo del río. Ahora de eso no queda nada, todo se lo llevaron, todo quedó perdido. Mi casa, tu casa, la del vecino. Buscaba con quién arreglarlo, llevarle una ofrenda, busqué a santos, vírgenes y dioses, ninguno me ayudó con mi pena.
Encontré mujeres y hombres que no olvidaron lo que hice en aquellos años, se vengaron, me destazaron poco a poco, hasta que no quedaron más que mis ojos; mis manos en la tierra, mis pies en el mar, mis entrañas sembradas a lo largo del río. mi boca en el viento, mis brazos como martillos, mis quijadas como sus armas, mis dientes como adornos, mi corazón fue su comida y mis ojos sólo testigos de la deshonra cometida. Quién buscará la puerta ahora, mis hijos ya no viven, mis padres mucho atrás murieron, tal vez los vecinos, esos que se quedaron, los que se rindieron, los que la cabeza bajaron.
¿Creen que los vecinos vayan y busquen lo que quedó del paraíso? Si entre "disculpe y mande" se la llevan, entre palabras y respuestas de caídos, si la mirada siempre bajan, si se vengan entre ellos, si la tierra la llenan de temerosos, de callados y afligidos. ¿Cómo pues los vecinos buscarán la puerta que lleva al paraíso? Tal vez despierten, porque siempre han estado dormidos, a veces uno despierta del sueño, a veces se permanece dormido. Tal vez entonces despierten y maten a los que rompen los huesos.
¡Despierten, despierten! Despierten sólo un momento, antes de que se abran los cielos. Mueran cantando no llorando, mueran llevando la frente al sol no al suelo.
Venden la tierra en partes, como si la lluvia no mojara las tiendas, como si el cielo se hubiera secado. Y ves a los caminan llevando el cuerpo y sólo bajas la cabeza. Estos son los que quedaron de dueños, estos son los que controlan ahora el suelo. Si son ellos muera la tierra, muera el agua, muera el sol, muera la luna, muera todo que ya no hay salvamento. Cierren la puerta, escóndanla bien, que nadie más entre, que no vengan más vergüenzas, que no vengan ya, olvidemos el paraíso que de nada les servirá. Olvidemos a la vida que todos ustedes muertos caminan ya.
Mira los sueños de los que mueren contentos, mira la vida de los que creen en sus talentos.

Para Olga (fragmento)

No te lastimes de esa manera, no me enternece. No huyas de la costrucción de tus sueños, mejor explota como montaña humeante. He besado tus pasos, he halagado tus visiones, he copiado tu forma de caminar, de arrastrarte, de sentirme más que todos en la habitación.
Lo que soy para ti no es real, lo que soy no lo necesitas, lo que soy para ti no es lo que significas para mi, nunca lo será, todo lo que creas es virtual.
Te lo advierto, esto no es nuevo, solo una fase más que encontraste. Lo que te doy es lo que soy, pero parece un juego más de tu mundo infantil. No te quedes ahí, o te rasparás las rodillas. Construye tus mundos, sigue jugando a ser alguien, sigue pensando que lo tienes bajo control, es lo que esperaban todos de ti, entrégaselos. Diviertete con tu experimento, es todo lo que necesitas, no arrastres el castigo contigo, pues esto se convierte en una cadena. Lo que somos no es real, tampoco es lo que deseas, pues lo que te doy no es lo que tienes ni lo que quieres, eres sólo una fase. Deja de construir un mundo en tu entorno, no te cierres a la realidad. ¿Creías que no te tocaría? ¿Creías que todo era un juego? Despierta, la puerta se abrio.
Mira los sueños de los que mueren contentos, mira la vida de los que creen en sus talentos.

jueves, julio 14, 2005

Camino

Camino viejo, camino niño, camino que llevas de Norte a Sur entre montañas y selvas, entre mares y casas, entre bosques y desiertos; mirame una vez por lo menos, mira como estoy por dentro. Llévame hasta donde está el fin de mi búsqueda, toma mis pies y arrástralos hasta donde está el último punto de mi lamento.
Perdóname si te piso para caminar, si te lleno de tierra, de lodo, de sangre o de muertos, perdona que deba caminar sobre ti, pues no me gusta caminar sobre nadie para llegar a mi destino.
Eres el camino del indio, del amo, del esclavo, del guerrero, eres el sendero sembrado de piedra, juntas la tierra con el cielo. Entre la vejez y la juventud acompañas al ciego o al enfermo. A veces te visitamos, a veces te cantamos, pero siempre nos acompañas cuando afuera de nuestras casas la búsqueda emprendemos.
Llévame contigo, a donde se encuentra la nostalgia enterrada, llévame a donde está el nombre que repito con voz doliente, hasta donde se acaba mi aliento. No te sientas culpable de que existan distancias, no creas que no sabemos, que tú camino bello eres nuestro amigo, nuestro complice, nuestro sustento.
Aunque a la muerte nos lleves, aunque de la alegría nos saques, aunque entre flores nos dejes tú siempre serás de todos el camino.
Mira los sueños de los que mueren contentos, mira la vida de los que creen en sus talentos.

miércoles, julio 13, 2005

El Espantapájaros de Oliverio Girondo (fragmento)

No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia de igual a cero, al hecho de que amanezcan con una aliento afrodisíaco o un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! --y en esto soy irreductible-- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

De eternidad y paseos

Yo, un macehual pregunto:
¿Es eterna la vida?
¿Es eterna la muerte?
¿Son eternos los dioses?

¿Si lo son todos porqué no siempre los recordamos?
Si el jade se quiebra,
si del sueño se despierta,
que se puede esperar de esta vida
más allá de esperar a que se de lo que se de.

Y los soñadores que creen hacer mucho
los que mucho creen hacer en esta vida,
aprovechando todo lo que hay que hacer,
lo que hay que hacer en el mundo vivo.

¿Qué con ellos?
¿Qué con los que creen han de vivir en el corazón de los demás?
Qué con los que se creen jade y oro,
qué les podemos decir a los que no creen en el límite de la existencia.

Digámosles que esta vida es un paseo,
que no somos eternos,
que nunca lo seremos,
que en la tierra solo poco caminaremos,
que vivan sin prisas, sin remordimientos,
sin esperar milagros, que ya es milagro suficiente estar aquí caminando.

Digan al resto que todos estamos paseando,
por un corto rato,
todos habremos de irnos tarde o temprano,
somos mortales macehuales.

Como una pintura nos iremos borrando.
Dejen a los que se crean sabios, eternos, legendarios.
Ustedes vivan como la flor y el canto,
vivan eternos sin pensar en que solo un tiempo aquí caminamos.

martes, julio 12, 2005

De clamores

Dónde sonó el clamor primero,
ese clamor que nos hizo venir,
el clamor de la flor y de la piedra,
la flor que clama a la orilla del río,
la piedra que sostiene a la tierra
y la tierra que sostiene a la flor.

Dónde quedaron los viejos guerreros,
los que no se asustaron con el clamor,
los que no miraron con angustia,
los que no perdieron valor.

Bajo tu manto se protegieron,
pero fueron pretextos,
pretextos fue lo que dieron,
como respuesta los ofrecieron.

La flor y los guerreros,
la piedra y los pretextos,
los ofrecimientos y el valor.

Todos ellos viven
allá de donde algún modo se vive,
se vive donde ellos dicen
que hay tierra y agua que hablan.

Dónde sonó el clamor primero,
en la piedra, en la tierra o en la flor,
el clamor primero sonó en el cielo
primero sonó en el guerrero,
sonó en el corazón.

lunes, julio 11, 2005

Tlahcuilo (fragmento cotorreo del viejo y joven )

—Muy buenos días, cómo amaneció hoy, con frío de seguro— le dije sobando mis manos contra el pantalón de mezclilla café, acercándome al fogón. —Pues amanecí como siempre. —contestó con su voz ronca y templada, con su mirada nublosa y fría—. Todo es como siempre muchachito, nunca es distinto, las cosas no cambian aunque te digan que lo hacen. Las cosas son eternas, las ideas y la forma de hacerlas. Lo que cambian son las personas.
Siempre, cuando lo escuchaba atentamente, me perdía en sus historias, cuentos de viejos bandoleros, leyendas de brujas que bailaban bajo la luna y se convertian en bolas de fuego y mujeres que eran desaparecidas por gente de mal. Él era un viejo más muerto que vivo, de unos setenta y tantos años. Lo conocí en un viaje a Valle verde. Cuando me mudé ahí dos años después él todavía vendía elotes cocidos y asados desde muy temprano, antes de que el sol se asomara.
—Todavía aquí, ya son las ocho de la noche... pues ¿a qué hora duerme?— me miró con tanta profundidad que me hizo sentir mar y cielo a la vez. —Hijo, no te has dado cuenta aún, yo no duermo, yo no descanso, yo no me muevo de este lugar. —su semblante se transformó y comenzó a hablar mientras movía el fogón con una vara gruesa y larga que le servía para sostenerse.
—Cuando encontré este sitio que tú ves, las cosas eran como ahora lo son, pero las personas distintas. Nunca he dejado este lugar desde que lo fundaron mis padres, yo les ayudé a formarlo como ora lo ves. Yo encontré el maiz y fue mi idea. Yo sé que no sabes aún quien soy, y la mera verdad no pienso decirtelo tan así como así, porque eso de contar historias con finales anticipados no es de buena voluntad.
¡Azorrillense! Cabrones malnacidos. —su estruendosa risa seguida de una tos me hizo sentarme y escuchar.—Dicen que no vengo, dicen que no voy, dicen que ya no estoy y que ya me voy. Hijos de la chingada, la madre que los parió. ¡Azorrillense cabrones! ¿Creen que me han dado muerte por quitarme poder sobre ustedes? Están pero muy equivocados, cuando yo me siento es porque ya sé el lugar en el que andaron. Las penas son nuestras, pero son de todos cuando los demás las escuchan, creen que me dejaron muerto, creen que mi camino se acabó. Y ahí están como arrieros, dale que dale, dale que dale, sin para una y otra vez, jodiendo, como sombra entre los cerros. Pero mi niña, la luna no me deja, siempre me consuela, al lado del fogón. ¡Azorríllense! Que no me he ido y no me voy, como creen muchos que ya no estoy.
Al tiempo, cuando este lugar fue creado, los animales andaron ahí. —señaló con su vara hacia el puente que estaba sobre el río. —El pavorreal, el perro, la serpiente, el jaguar y todo lo vivo y bonito que estaba aquí. Pero eso se acaba, eso no deja nada. Mis padres, los fundadores, vieron como se derrumbaba con la llegada de aquellos, los que ahora viven entre nosotros aquí. No cambeo la cosa mucho aunque digan que sí. Antes, el águila devoraba al pavorreal, a áquella se la tragaba el perro, luego al perro se lo comía el jaguar, al jaguar lo mordía la serpiente y otra vez se repetía.— suspiraba el viejo, miraba al fogón, tomaba de la botella escondida, me miraba y continuaba—. Los primero que llegaron se volvieron ricos, de mucho poder, tenían oficios, tenían esposas, hijos, música y todo eso. Pero fueron egoístas y creyeron que esta tierra era de ellos, y cuando vieron que no era así, porque yo se los dije con permiso de mis padres, sus corazones se entristecieron, y el corazón se les cansó, y entró de golpe el silencio a sus caminos, y el camino los tapó. Luego otros, otros más, y lo mismo. Llegaban, se llenaban de avaricia y se iban a otros lugares. Los fundadores, mis padres ya se habían ido mucho atrás, pero aún así yo me quedé. Me debí de haber ido a donde ellos agarraron, cuando me arrepentí ya me llevaban buen tramo y no me quedó otra que ponerme aquí donde me ves.
Luego llegaron las mujeres, se ponían ahí a la orilla del río, sin sus ropitas se bañaban y le pedían a la tierra todo. Y la tierra se los daba, y los hombres que ellas tenían iban y hacían guerra con los vecinos. Y le daban a los fundadores regalos, de esos que ellos creían que eran como dioses. Era bonito, como lo es ahora, porque las cosas no son tan desiguales, más bien son como las ves ahora nomás que con otra gente. Después llegaron los otros, los que mataron a estos. Y los castigaron por haber matado, por haber hecho lo que ellos creyeron que era bueno.
Y pues vieron eso los fundadores, y así me dijeron a mi, que era mi tarea castigarlos. Y así hago desde siempre, por eso hice que esto creciera —tomó una mazorca y la azotó contra la tierra—. Me le quedé viendo con un rostro pálido, frente a mi tenía a un Dios, a uno de los hijos de los creadores. Los fundadores lo castigaron por no irse de aquí, su tarea ahora era obvia y la maldición del hombre, nuestra maldición se mostraba tal cual. Tomé mis cosas y me marché para continuar con mi camino.

viernes, julio 08, 2005

El sueño rodeando

Caminemos de regreso a la tienda principal. Estoy cansado.
Admiro el paisaje. Los ojos del águila viendo el pasto más verde. La luz es más clara, la noche se esconde. Los alrededores se oscurecen pero no así el camino. Siempre rodeado por el agua, por el sonido, por la piedras y los peces que silenciosos se mueven. Miro al animal acechar. Como siempre nos persigue, es sólo por su signo, nunca lo hace por molestas, más bien por verificar que no lo traicionemos de nuevo.
Recuerdo los lugares de cuando era niño. Parecía que mi mundo no tendría fronteras, las campanadas despertaban a todos, el dulce sonido de las aves jugueteando con el aire.
El pasto más verde, la luz más brillante, sin miedo a caer, con el sudor en la frente, con la tierra en las manos. La carcajada no esperaba una hora específica.
Después de esos años, me dí cuenta que antes de nosotros no hubo caos, no hubo desorden, ese Dios nos engaño, nos hizo creer que el orden llegó con nosotros, con nuestro mundo, jamás fue cierto. El caos es el final total, no un retorno a la normalidad, ni el encuentro con el hombre mismo, ni el viaje al paraíso. El final, el final total es el caos, el último y más grande caos que las estrellas hayan visto.
Las alturas cada vez son más cercanas y los precipicios menos hondos ¿Cuándo encontraremos el límite, cuándo dejaremos de buscar la respuesta a la pregunta? Soluciones baratas y temporales, primero respondemos a lo inmediato y después a lo infinito. Patético ser humano. Gritando para ser escuchado, corriendo para no ser alcanzado, soñando para no vivir y viviendo para no morir. ¿Cuál es el final de la historia?
La ocuridad acaso, un recuerdo vano de una tribu sobreviviente, el país en un planeta lejano. ¿Cuándo termina la historia? ¿Cuando el historiador muere o cuando ya no haya nadie que la lea?
El fin es más lejano de lo que se siente pero más cercano de lo que se cree en verdad. Mientras busquemos la puerta, esa que nos lleva al paraíso. La que nadie controla, la que es el premio de unos cuantos, la que se encuentra sin seguir las reglas, la que se encuentra siguiendolas, la que está esperando.
La puerta que lleva al paraíso.

Esta canción (Silvio Rodríguez)

Me he dado cuenta de que miento
siempre he mentido
siempre he mentido.

He escrito tanta
inútil cosa
sin descubrirme
sin dar conmigo.

No amar en seco
con tanto dolor
es quizás la última verdad
que queda en mi interior
bajo mi corazón.

No sé si fue
que mataste mi fe
en amores sin porvenir
que no me queda ya
ni un grano de sentir.

Yo se que a nadie
le interesa
lo de otra gente
con sus tristezas.

Esta canción es más que una canción
Y un pretexto para sufrir
y más que mi vivir
y más que mi sentir.

Esta canción es la necesidad
de agarrarme a la tierra al fin
de que te veas en mí
de que me vea en ti.

Yo sé que hay gente
que me quiere
yo se que hay gente
que no me quiere.

jueves, julio 07, 2005

De relación con tu mundo (carta responsoria a Emilia)

Sé que muchas veces me has preguntado las razones de mi situación. Son imposibles de enunciar en su totalidad. Cuestión que no has comprendido. Entiendo o por lo menos trato de entender que quieres algo más seguro, un sostén, por así decirlo, alguien en quien puedas apoyarte.
Nueve años pasaron desde la última vez que te vi. No creo necesario repetirte cuánto sufrí sin verte y cuánto sufro hoy por ti.
La separación fue innevitable, tus padres, mi hermano, los amigos, la puerta; todo indicaba que nuestros caminos se verían separados. Recuerdo todavía cuando solías cantarme esas canciones que inventabas. Con tu voz desafinada, con tu sonrisa de niña, cuando siempre llamabas a mi casa tocando la campana del pozo. ¿Recuerdas? Contigo aprendí a tocar guitarra. Contigo aprendí a decir cosas de esas que a las mujeres les gustan.
Cierto día, quisiste sorprenderme con un collar en el bosque. En el camino se te cayó, lloraste, me dijiste que algo malo había pasado. Que tal vez sería la última vez que te querría ver. Que tonta fuiste.
Después me vino la enfermedad. Y todos los días me visitabas. Fue cuando comenzaron las pruebas de los dioses. Sus mensajes, sus visiones presentadas ante mi.
Me cuestionabas, siempre lo hacías. Aún viéndome llorar ante la tumba de mi familia me preguntabas sobre nuestros caminos. Cuando me curé de la enfermedad tuve que irme, lo prometí, sé que no lo piensas de esa forma, sé que creías que no estaba en deuda con nadie, pero hoy te repito. Sí lo estoy.
Ahora, a tantos momentos de nuestra casa, camino todos los días y avanzo tan poco. La luna del bajío se convirtió en luna tucumana, la luna tucumana, en luna roja y después en luna de siempre. El camino no ha terminado. Sin embargo mis cartas terminan hoy.
No encuentro sentido a seguir intercambiando palabras que cada vez tienen menos valor. Tus búsquedas no son las mias ni la mia es tuya. Mi encuentro contigo ya no se llevará a cabo, nuestras vidas al encontrarse solo se destruirián.
Yo sé que como tú me lo dijiste, no es una sorpresa nuestra separación. Tampoco lo es que tu camino fuera opuesto al mio. Sólo quiero decirte que nunca quize separarme de ti. Lo hice porque era necesario.

miércoles, julio 06, 2005

La máquina voráz (la edad de la pereza)

El primer recuerdo de mi existencia es el tambor y la máquina. Muchos rechinidos, un tambor que daba dos golpes y luego otros dos, y así sin parar, un ritmo sin igual, luego a ciertas horas, rechinidos, a veces más fuertes a veces más débiles. Siempre estaban presentes. Siempre eran constantes, siempre me daban tranquilidad.
En ocasiones, es cierto, sentía un poco de miedo al saberme en la oscura espesura de un liquido que me rodeaba. No podía tocarme, olerme, sentirme, no podía verme de lejos ni de cerca. Sólo de vez en cuando percibía a alguien cerca de mí. Ahí comenzaron mis sueños.
El primer sueño que tuve, era yo dentro de esa cápsula cálida. Poco a poco me abría camino hacia la parte inferior, me giraba con mucha calma hasta poder lograr estar con la cabeza donde mis pies y así empezar a escarbar. De repente me di cuenta que al fondo de ese sitio estaba un punto, de un color que nunca había visto, es de aclarar que nunca había visto color alguno y aunque lo hubiera visto no conocía sus nombres. Me comencé a aproximar y cuando iba a tocar ese punto, despertaba y sentía que desde afuera algo me presionaba hacia la parte trasera de mi cápsula, donde estaba algo extrañamente formado como una larga barra que parecía impedirme mi salida. Aunque dentro de mí el miedo se incrementaba y el deseo de salir era mayor, el sonido de la máquina y el tambor me llenaban de esperanza.
Después una duda más comenzó a invadirme: ¿qué soy? Empecé a buscar en mí una razón de ser. Intenté en vano verme de lejos para saber ¿cómo soy? ¿Qué figura tengo? ¿De qué color soy? Luego en la oscuridad de mi cápsula, en esa infinita oscuridad, sentí que algo más estaba dentro conmigo. Intenté nuevamente escapar, moví mi forma para lograr arrebatarme de la estructura creada para retenerme y nuevamente sentí la presión dictatorial de la barra tras de mí, y no sólo eso, sentí que algo me retenía de la parte media de mi forma. Algo alargado, algo que me alimentaba, que me daba energía pero a la vez me detenía. Era una cadena suave que se perdía al igual que yo en la oscuridad.
Pasaron momentos, largos y cortos, aún no sabía que mi vida en la cápsula estaba medida, desconocía que a partir de mi salida de la cápsula los momentos tendrían nombres, que esa estúpida atadura tendría fracciones que medirían mi vida para siempre. Y aunque comencé a imaginarlo, algo aún más terrible sucedió.
Como de costumbre, estaba pensando en la razón de mi estancia en esta cápsula, que ahora principiaba a convertirse en una prisión, cuando de la oscuridad sentí que algo me tocaba. El terror invadió mi mente, intente apartarme de mi forma para saber qué era lo que ahí estaba, pero no pude. Nuevamente en la oscuridad sentí que algo me volvía a palpar, por primera vez sabía que no estaba solo, algo estaba ahí.
Era largo con pequeñas extremidades en las puntas que se movían a voluntad. Tras concentrarme en las extremidades me di cuenta de algo terrible. Me pertenecían. Salían de mi forma. Eran parte de mí, pero no me obedecían. Ahora todo estaba claro, la razón de mi aprisionamiento se transformaba en obvia, yo era un monstruo.
Pero ¿porqué si era un monstruo no pensaba como tal? Seguramente los monstruos pesaban en destruir, en asesinar, en dañar todo lo que había en su entorno. Yo no podía ser un mounstruo, tal vez esa no era la respuesta exacta, tal vez fui aprisionado sin razón, una equivocación de la máquina. Sin embargo la máquina y el tambor nunca me habían traicionado, nunca me habían dado la espalda. Seguramente esa noble máquina y ese sonoro tambor se darían cuenta de su falla y me permitirían ir a donde estaba ese color que aún no conozco. La respuesta más coherente a mis aflicciones era esperar en mi oscura y ahora tétrica cápsula.
Mientras pasan los momentos mi aflicción se engrandece. ¿Existe acaso la posibilidad de que la máquina y el tambor estén en lo correcto? Al fin de cuentas yo no sé qué es un monstruo y cómo se engendra. Aparte, todo parece encajar en los aciertos. Momentos han pasado y me he vuelto más irritable, mis extremidades han crecido al igual que mi forma. La barra tras de mí se vuelve más endeble, la cadena es más lenta y la máquina con el tambor empiezan a desvariar en su ritmo.
Pasa el momento, pasa liquido a mi alrededor, las extremidades, pasan sueños. Sin embargo, mi incertidumbre no cesa en su andar, viaja con cada situación, se alimenta, se fortalece y me llena de penumbras. El sueño se repite, una y otra vez. Tal vez sea un mensaje, podría tratarse de mi única salida.
Después, los sonidos se volvieron insoportables, no podía ya siquiera moverme en ese cálido lugar; la comida era cada vez menor. El plan de la máquina y el tambor eran ahora visibles, se mostraban ante mí. Me sentí abandonado, traicionado por primera vez. El tambor y la máquina me dejaban a mi destino. Pero, ¿qué otra cosa es el destino sino nuestra respuesta a lo inevitable? El destino no tenía nada que ver. Eran la máquina y el tambor que conspiraban en mi contra. Todo está claro. Quieren matarme.
Sentí un deseo enorme de salir, un deseo casi aterrador, sin embargo, antes debía planear mi escape sin que el tambor y esa máquina maldita supieran de mi huida. Al pasar más momentos intentaba pensar en el escape sin pensar en ello. Estaba convencido que la máquina y el tambor podían ver dentro de mi forma, saber con seguridad lo que pensaba y lo que sentía. Entonces comencé a violentar mi cápsula, primero con movimientos lentos y calculados, después esperé, quería saber la respuesta de mis futuros asesinos.
Con el paso del momento, me di cuenta que mi espera sólo incrementaba la próxima muerte. Simplemente el tambor y la máquina esperarían conmigo a mi deceso. La desesperación me abatía y no encontraba la manera de salir de ahí. De repente un pensamiento invadió mi conciencia, mi forma, mi sueño. ¿Si mataba a la máquina? ¿Si le ocasionaba la muerte más sublime? ¿Si la destruía?
Su poder tal vez no me lo permitiría. Más debía intentarlo, debía tratar de por lo menos demostrarle que no moriría como un monstruo dócil. Si por ser monstruo me habían encarcelado y ahora deseaban matarme, como monstruo debía morir; peleando, destruyendo, desgastándome en la ira que me consumía y me hacía sumir en la muerte.
Comencé decidido, a matar a la maquina y al tambor, a moverme violentamente, bañado en ese liquido espeso y en ese olor a carne cruda. Me moví constantemente, intentando darle muerte. De repente el tambor comenzó a sonar más rápido y fuerte, alguien desde fuera de mi cápsula presionaba sobre mí, seguramente más traidores.
Viendo que daba resultado, me volvía a mover ahora con más violencia, cada vez más y más violentamente, cada vez más rápido. Ahora estaba totalmente seguro de ser un monstruo pues sentía una gran satisfacción de saber que dentro de poco le daría muerte al maldito tambor y a la estúpida máquina chillante. Luego dejé de sentir liquido en mi entorno, en la parte superior de mi forma observé algo que brillaba como en mi sueño. Nada importaba pues sabía lo que era y moriría orgulloso de serlo.
De repente, supe que estaba por morir, alguien o algo me impulsaba al exterior de mi cápsula bendita. Ahora la luz, ahora un nuevo y desconocido color incandescente me cegaba. Extremidades me manipulaban y me tocaban en mi totalidad, me sentía violentado, ultrajado, luego sonidos extraños, unos graves que parecían comunicarse entre ellos, otro que era un rítmico sonido que me invitaba a sentir envidia por primera vez. Un último sonido tranquilizante, creí que conocido, lo sentí familiar, este sonido era agudo y sonaba fuerte y preocupante.
Luego el sonido familiar, sonó más violento y los sonidos graves más alterados, de repente me alejaron del sonido agudo sin yo desearlo, y me violentaron pero ahora físicamente, metieron algo en mi boca sacándome liquido de mi garganta y luego me golpearon. Un viento entró en mí y me llenó de olores que me saturaron, me ofuscaron, me privaron por un momento. Por primera vez sentía el dolor, el deseo de vengarme de alguien, por primera vez sentía lo que era el odio, la frustración, esos golpes hicieron que quisiera hacer daño.
La situación era confusa pero la comprendía, las formas que me sacaban de mi cápsula eran como yo, monstruos que destruían, monstruos que me habían rescatado. Seguramente escucharon mi clamor y vinieron en mi ayuda, capturando al tambor y a la máquina, haciéndolos prisioneros. Ahora entre los míos, podría ser feliz, podría dejar de soñar con colores desconocidos. A partir de este momento sabría ser al fin un monstruo. Luego, cuando mis sentidos dejaron de turbarse por los olores y recuerdos de mi cápsula. Comencé a emitir sonidos propios, sonidos que me asustaron en principio pero me hicieron sentirme relajado. Fue ese sonido, el que emitía sin control, el que me ayudo a conseguir lo que quise en ese momento. Estar cerca nuevamente del tambor y la máquina.