domingo, septiembre 11, 2005

Narración corta: Jacinto desde la banca

Todos los días, cuando era un niño, esperaba sentado, en esta banca de este parque a que mi madre regresara del mercado. Miraba siempre a las moscas morir y volver a nacer. Desde siempre creí que todas ellas volaban y vivían la metamorfosis a la misma hora todos los días del mundo. Constantemente observaba cada gota de brisa que sobre las hojas se derretían cual sudor en mi frente.
Ahí fue donde los conocí, a esos que antes solamente eran personas y que ahora llaman “personajes característicos de la ciudad”, estupideces de intelectualoides. Claro que era interesante observarlos, sus olores, texturas en la piel, sus palabras altisonantes, sus poemas, sus historias tristes, inventadas y reinventadas para el mayor disfrute de los que escuchaban.
Uno de ellos sobre todos vivía, le decían Jacinto, él me confesó en secreto que su verdadero nombre era Alberto, pero Jacinto era más propio de un hombre de su categoría, antiguo viejo de mil caminos, decía que su vida seguía la forma más absurda.
Me contó que un buen día, después de muchos malos, su padre Donasiano, tras subir de la mina, con sus pulmones atravesados por el polvo de la piedra, llegó hasta la tienda de raya conocida como Valle verde, allá en el pueblo de Del Valle, cerca de Santiago Maravatio. Caminó como siempre con su cinturón grueso de cuero, sus botas sucias y su brazos de hierro, rascaba su cara pues la barba hacía una combinación extraña con el sudor y el polvo. Frente a los estantes, tras el viejo mostrador estaba ella, Jovita, una mujer de no más de diecisiete años, él con sus vigorosos veinte recién cumplidos, la conquistó y la llevó al cerro donde construyó un castillo. La tierra era su sustento, el zarape su cama y la olla de barro su batería.
Pasaron los años, los vivos, los muertos, pasaron también los trenes y los vehículos de explosión, después vinieron las lluvias con sus truenos, los gritos y la sangre; unos le llamaron revolución, otros matanzas, los más el fin del mundo. Donasiano dejó a Jovita y ésta con el tiempo tuvo a Alberto; era un niño apenas cuando la guerra llegó a Durango, miró la muerte de primera mano, se topó con ciegos, cojos y mancos. A los quince dejó la casa y se fue después a pelear por Cristo, mató federales, mató herejes, mató cristianos, hijos, padres y abuelos.
Al tiempo le hizo de vendedor, de los que se fueron al otro lado del mundo, donde había puro güero, donde ahora todos quieren estar. El alcohol lo llevó allá, cruzaba tequilas, mezcales, agüitas de limón, de todo. Cuando el güero pudo otra vez tomar alcohol, Jacinto quiso llegar a un sitio donde no pudiera estar, siguió el camino de los viajeros y a Tijuana llegó, aquí conoció a Susanita, aquí tuvo tierras allá en Rancho alegre, aquí tuvo hijos, nietos, amigos, enemigos, recuerdos. Con las lluvias, perdió el jacal, con el gobierno perdió sus tierras, con otros a su mujer, y con el tiempo a sus hijos. Después cambió el fusil por la cámara, el caballo por el burro y su convicción por el dinero.
Se dedicó a eso muchos años, pero el alcohol otra vez lo encontró y ahora jamás de su lado se apartó. De ahí, cuando lo corrieron se vino para acá, a este parquecito, donde muchos hemos estado sentados en las bancas, donde hicieron el kiosco, donde hicieron juegos, donde talaron y plantaron árboles. Ahora tras muchos años, sigo viendo las moscas caer y nacer, sigo viendo mi lengua para ver si está roja como antes, ahora continuo esperando a mi madre, pero que salga del doctor, ahora no veo a Jacinto, no veo a Alberto, no veo nada, cuando quiero ver a uno de esos “personajes característicos de la ciudad” prendo la tele, miro los burdos programas culturales que sólo me merecen una befa. Pero si quiero recordar en verdad, al que vivió aquí en el parque, al que tuvo tierras, al que tuvo sangre en sus manos, al que sin saberlo era un héroe de la revolución, cierro los ojos, siento la brisa, escucho a las aves, y recuerdo su voz ronca empecinada en no dejar de sonar.

domingo, septiembre 04, 2005

Pensando, registrando y pensando

Últimamente no tengo ganas de escribir... ¿será que el deseo configura la acción? Grave situación, porque entre otras cosas deseo irme para siempre, cuestión de ganas, de deseos y de acciones.
Al final la diferencia esencial entre el pensamiento y la acción es el movimiento, el desorden, el desequilibrio, el caos.
¡Felicidades! Encontraste la última redacción mentirosa de la noción. Imaginemos, registremos y pensemos.