lunes, julio 04, 2005

El sendero del exilio

Amo el paisaje, convivir con la gente y conocer nuevos lugares. Dijo el viajero. Yo amo la tierra, amo el campo, los animales y el olor a humedo. Dijo el caminante. Yo amo a los niños, sus risas, sus juegos en las praderas. Dijo el que pasaba. Yo no amo mi paisaje, tampoco este olor, ni ver a los niños con hambre. Dijo el que ahí vivía.

Hace unos años tuve que iniciar el exodo a estas tierras para poder estar lejos de aquellos que solo saben hacer daño. Viví en los lugares más extraños del mundo. Conocí a la gente más rara de la tierra. Tomé el agua más clara de mi vida.
Mientras viajaba me dí cuenta de lo triste que es el sendero del que viaja. Mostrando un espejísmo de la realidad. Haciendote reflexionar solo unos días, para después dejar los recuerdos en burdas fotografías y en papeles que nadie leerá con la posible excepción de un amante que por mostrarle confianza se le deja hojear el cuaderno de los pensamientos.
Que triste es ver a los que se buscan en viajes, que necesitan tiempo con ellos mismos para conocerse, como si la vida con uno mismo no fuera tiempo suficiente, como si el estar alejado de la vida cotidiana permitiera adentrarse en uno mismo.

Amo la guerra, obsevar a los hombres enfrentarse cara a cara por una razón justa, amo morir por la revolución. Dijo el joven cegado por las letras.

Y mientras, ahora, sin guerras, sin revoluciones, sin movimientos visibles o tangibles; vemos al niño queriendo ser hombre, quejándose aparentemente de la injusticia mientras su mente se centra en lo terrenal. Vemos al que quiere ser oprimido para contárselo a sus nietos. El que leyó mil libros y ahora se dice un ser de ideas nuevas, de ideas revolucionarias, de ideales únicos. Pedestre ser que se envuelve en sus enredaderas, pescador de ilusiones atado a los sueños. Nunca ha dejado la escuela, nunca dejará de trabajar, jamás verá un arma en sus manos, pero como marchó en áquella protesta, es un guerrero. Merece una befa.

Amo la muerte, su frío roce contra mi médula. Amo la oscuridad que envuelve al que en la noche camina. Dijo el solitario.

Callejón tras callejón vestido de negro al final buscabas algo, con un cigarro prendido deseabas llamar la atención aunque no desearás evidenciarlo. Y te dices un ser oscuro y raro, te mencionas como el incomprendido, como el que no puede tener amigos. Sin embargo a la primer oportunidad dejaste la oscuridad, dejaste el cigarro y dejaste el negro vestido. Entraste en la luz de la vanidad, en el vicio de la compañía y después entre carcajadas recordabas lo que en una ocasión te hizo llorar. Débil y frágil ser.