miércoles, julio 06, 2005

La máquina voráz (la edad de la pereza)

El primer recuerdo de mi existencia es el tambor y la máquina. Muchos rechinidos, un tambor que daba dos golpes y luego otros dos, y así sin parar, un ritmo sin igual, luego a ciertas horas, rechinidos, a veces más fuertes a veces más débiles. Siempre estaban presentes. Siempre eran constantes, siempre me daban tranquilidad.
En ocasiones, es cierto, sentía un poco de miedo al saberme en la oscura espesura de un liquido que me rodeaba. No podía tocarme, olerme, sentirme, no podía verme de lejos ni de cerca. Sólo de vez en cuando percibía a alguien cerca de mí. Ahí comenzaron mis sueños.
El primer sueño que tuve, era yo dentro de esa cápsula cálida. Poco a poco me abría camino hacia la parte inferior, me giraba con mucha calma hasta poder lograr estar con la cabeza donde mis pies y así empezar a escarbar. De repente me di cuenta que al fondo de ese sitio estaba un punto, de un color que nunca había visto, es de aclarar que nunca había visto color alguno y aunque lo hubiera visto no conocía sus nombres. Me comencé a aproximar y cuando iba a tocar ese punto, despertaba y sentía que desde afuera algo me presionaba hacia la parte trasera de mi cápsula, donde estaba algo extrañamente formado como una larga barra que parecía impedirme mi salida. Aunque dentro de mí el miedo se incrementaba y el deseo de salir era mayor, el sonido de la máquina y el tambor me llenaban de esperanza.
Después una duda más comenzó a invadirme: ¿qué soy? Empecé a buscar en mí una razón de ser. Intenté en vano verme de lejos para saber ¿cómo soy? ¿Qué figura tengo? ¿De qué color soy? Luego en la oscuridad de mi cápsula, en esa infinita oscuridad, sentí que algo más estaba dentro conmigo. Intenté nuevamente escapar, moví mi forma para lograr arrebatarme de la estructura creada para retenerme y nuevamente sentí la presión dictatorial de la barra tras de mí, y no sólo eso, sentí que algo me retenía de la parte media de mi forma. Algo alargado, algo que me alimentaba, que me daba energía pero a la vez me detenía. Era una cadena suave que se perdía al igual que yo en la oscuridad.
Pasaron momentos, largos y cortos, aún no sabía que mi vida en la cápsula estaba medida, desconocía que a partir de mi salida de la cápsula los momentos tendrían nombres, que esa estúpida atadura tendría fracciones que medirían mi vida para siempre. Y aunque comencé a imaginarlo, algo aún más terrible sucedió.
Como de costumbre, estaba pensando en la razón de mi estancia en esta cápsula, que ahora principiaba a convertirse en una prisión, cuando de la oscuridad sentí que algo me tocaba. El terror invadió mi mente, intente apartarme de mi forma para saber qué era lo que ahí estaba, pero no pude. Nuevamente en la oscuridad sentí que algo me volvía a palpar, por primera vez sabía que no estaba solo, algo estaba ahí.
Era largo con pequeñas extremidades en las puntas que se movían a voluntad. Tras concentrarme en las extremidades me di cuenta de algo terrible. Me pertenecían. Salían de mi forma. Eran parte de mí, pero no me obedecían. Ahora todo estaba claro, la razón de mi aprisionamiento se transformaba en obvia, yo era un monstruo.
Pero ¿porqué si era un monstruo no pensaba como tal? Seguramente los monstruos pesaban en destruir, en asesinar, en dañar todo lo que había en su entorno. Yo no podía ser un mounstruo, tal vez esa no era la respuesta exacta, tal vez fui aprisionado sin razón, una equivocación de la máquina. Sin embargo la máquina y el tambor nunca me habían traicionado, nunca me habían dado la espalda. Seguramente esa noble máquina y ese sonoro tambor se darían cuenta de su falla y me permitirían ir a donde estaba ese color que aún no conozco. La respuesta más coherente a mis aflicciones era esperar en mi oscura y ahora tétrica cápsula.
Mientras pasan los momentos mi aflicción se engrandece. ¿Existe acaso la posibilidad de que la máquina y el tambor estén en lo correcto? Al fin de cuentas yo no sé qué es un monstruo y cómo se engendra. Aparte, todo parece encajar en los aciertos. Momentos han pasado y me he vuelto más irritable, mis extremidades han crecido al igual que mi forma. La barra tras de mí se vuelve más endeble, la cadena es más lenta y la máquina con el tambor empiezan a desvariar en su ritmo.
Pasa el momento, pasa liquido a mi alrededor, las extremidades, pasan sueños. Sin embargo, mi incertidumbre no cesa en su andar, viaja con cada situación, se alimenta, se fortalece y me llena de penumbras. El sueño se repite, una y otra vez. Tal vez sea un mensaje, podría tratarse de mi única salida.
Después, los sonidos se volvieron insoportables, no podía ya siquiera moverme en ese cálido lugar; la comida era cada vez menor. El plan de la máquina y el tambor eran ahora visibles, se mostraban ante mí. Me sentí abandonado, traicionado por primera vez. El tambor y la máquina me dejaban a mi destino. Pero, ¿qué otra cosa es el destino sino nuestra respuesta a lo inevitable? El destino no tenía nada que ver. Eran la máquina y el tambor que conspiraban en mi contra. Todo está claro. Quieren matarme.
Sentí un deseo enorme de salir, un deseo casi aterrador, sin embargo, antes debía planear mi escape sin que el tambor y esa máquina maldita supieran de mi huida. Al pasar más momentos intentaba pensar en el escape sin pensar en ello. Estaba convencido que la máquina y el tambor podían ver dentro de mi forma, saber con seguridad lo que pensaba y lo que sentía. Entonces comencé a violentar mi cápsula, primero con movimientos lentos y calculados, después esperé, quería saber la respuesta de mis futuros asesinos.
Con el paso del momento, me di cuenta que mi espera sólo incrementaba la próxima muerte. Simplemente el tambor y la máquina esperarían conmigo a mi deceso. La desesperación me abatía y no encontraba la manera de salir de ahí. De repente un pensamiento invadió mi conciencia, mi forma, mi sueño. ¿Si mataba a la máquina? ¿Si le ocasionaba la muerte más sublime? ¿Si la destruía?
Su poder tal vez no me lo permitiría. Más debía intentarlo, debía tratar de por lo menos demostrarle que no moriría como un monstruo dócil. Si por ser monstruo me habían encarcelado y ahora deseaban matarme, como monstruo debía morir; peleando, destruyendo, desgastándome en la ira que me consumía y me hacía sumir en la muerte.
Comencé decidido, a matar a la maquina y al tambor, a moverme violentamente, bañado en ese liquido espeso y en ese olor a carne cruda. Me moví constantemente, intentando darle muerte. De repente el tambor comenzó a sonar más rápido y fuerte, alguien desde fuera de mi cápsula presionaba sobre mí, seguramente más traidores.
Viendo que daba resultado, me volvía a mover ahora con más violencia, cada vez más y más violentamente, cada vez más rápido. Ahora estaba totalmente seguro de ser un monstruo pues sentía una gran satisfacción de saber que dentro de poco le daría muerte al maldito tambor y a la estúpida máquina chillante. Luego dejé de sentir liquido en mi entorno, en la parte superior de mi forma observé algo que brillaba como en mi sueño. Nada importaba pues sabía lo que era y moriría orgulloso de serlo.
De repente, supe que estaba por morir, alguien o algo me impulsaba al exterior de mi cápsula bendita. Ahora la luz, ahora un nuevo y desconocido color incandescente me cegaba. Extremidades me manipulaban y me tocaban en mi totalidad, me sentía violentado, ultrajado, luego sonidos extraños, unos graves que parecían comunicarse entre ellos, otro que era un rítmico sonido que me invitaba a sentir envidia por primera vez. Un último sonido tranquilizante, creí que conocido, lo sentí familiar, este sonido era agudo y sonaba fuerte y preocupante.
Luego el sonido familiar, sonó más violento y los sonidos graves más alterados, de repente me alejaron del sonido agudo sin yo desearlo, y me violentaron pero ahora físicamente, metieron algo en mi boca sacándome liquido de mi garganta y luego me golpearon. Un viento entró en mí y me llenó de olores que me saturaron, me ofuscaron, me privaron por un momento. Por primera vez sentía el dolor, el deseo de vengarme de alguien, por primera vez sentía lo que era el odio, la frustración, esos golpes hicieron que quisiera hacer daño.
La situación era confusa pero la comprendía, las formas que me sacaban de mi cápsula eran como yo, monstruos que destruían, monstruos que me habían rescatado. Seguramente escucharon mi clamor y vinieron en mi ayuda, capturando al tambor y a la máquina, haciéndolos prisioneros. Ahora entre los míos, podría ser feliz, podría dejar de soñar con colores desconocidos. A partir de este momento sabría ser al fin un monstruo. Luego, cuando mis sentidos dejaron de turbarse por los olores y recuerdos de mi cápsula. Comencé a emitir sonidos propios, sonidos que me asustaron en principio pero me hicieron sentirme relajado. Fue ese sonido, el que emitía sin control, el que me ayudo a conseguir lo que quise en ese momento. Estar cerca nuevamente del tambor y la máquina.

1 comentario:

Abe dijo...

cheengón de veras, me gusto carnal. me Gusta